martes, 18 de octubre de 2011

La feria de Valverde


En el genial suelto de hoy en El País, “¡Cuerpo a tierra!”, Miguel Ángel Aguilar nos adelanta algo ya previsible: “Cunde entre los genoveses el síndrome de la mies es mucha y los operarios pocos. Asombra la ingente tarea que aguarda a los peperos para cuando vuelvan las banderas victoriosas. La vista se pierde en ese mar sin orillas que va desde los Ayuntamientos a las Diputaciones, los Gobiernos autonómicos, el Gobierno de la nación, las altas instituciones del Estado y las agencias reguladoras. Además, por efecto simpatía, en el sector privado empresarial y bancario todos se aprestan a poner cara de circunstancias y sentar un afín al PP a la mesa de su consejo de administración, mientras se facilita la salida por la escalera de incendios a los que desempeñaron semejantes papeles para servir de puente con el Gobierno socialista ahora en eclipse”. Si les digo la verdad, yo también soy de los que adelanto que los socialistas no van a conseguir ni 100 diputados el próximo 20 de noviembre. El fin de ETA con negociación no va a ser posible. Sólo quedan dos meses para el triunfo de la derecha y los afines al ganador no parecen estar por la labor de andarse con contemplaciones. La izquierda abertzale de ninguna de las maneras puede “obligar” a ningún Estado de Derecho a seguir sus pautas, a sentarse en una mesa de negociación, o a caminar por vericuetos indeseables. Aquí no hay Grupo Internacional de Contacto que valga. Los asesinos deben ser desarmados y encarcelados sin esperar a que entreguen las armas por su propia voluntad. Los paños calientes con unos sayones que cuentan con 858 muertos a sus espaldas, como es el caso de la banda terrorista ETA, es síntoma de vergonzosa flojedad de las instituciones del Estado, además de una traición imperdonable a todos los ciudadanos. En resumen: se impone la cordura. Sobran conferencias de paz en el Palacio de Ayete, fotos de políticos comatosos enquistados en sus poltronas y pantomimas de titiriteros de feria que desean seguir viviendo del cuento hasta sus últimas consecuencias. Me refiero a esos miserables de la cosa pública que dan por hecho que el “populacho” todo lo perdona. Los familiares de los muertos exigen respeto. Y los ciudadanos que mantenemos con nuestros impuestos a esa legión de cretinos, vergüenza torera.

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