miércoles, 12 de octubre de 2011
La fiesta del pedal
Esto de las bicicletas por las calles de Zaragoza ya empieza a ser una epidemia, como el mejillón-cebra, la mosca negra y el mosquito-tigre. A todos los zaragozanos le ha dado por circular en bicicleta por las aceras a toda velocidad sorteando a los peatones. Belloch se empeñó en hacer unos trazados de carriles-bici con fondos europeos y con el “Plan E” de Rodríguez Zapatero que los ciudadanos se empecinan en no utilizarlos. Los ciclistas, erre que erre. Ninguna autoridad competente, es decir, ningún “guindilla” les sanciona con multas. El afán recaudatorio municipal sigue centrado en la persecución a los automovilistas. Da más juego. Ahora me entero de que Zaragoza va a ser una ciudad pionera en tener bicicletas matriculadas. Aprovechando que se va a crear un Registro Nacional de Bicicletas para favorecer -dicen- “su recuperación en caso de robo”, Zaragoza ha sido seleccionada como la ciudad piloto que justifique dicho Registro. Para ello, los zaragozanos que así lo deseen deberán a portar, además de sus datos personales, una descripción de la bicicleta y su número de bastidor, en el supuesto de que lo tenga. ¿Alguno de ustedes tiene una bicicleta con un número troquelado en el cuadro? Que yo sepa, no. Pero no importa. El ciudadano comprometido con ese plan piloto, deberá acercarse con su bicicleta a la Ciudad de las Bicicletas para que se identifique. Algunos lectores pensarán que la Ciudad de las Bicicletas es como un recinto al estilo de la madrileña Feria del Campo, donde cada día se lleva a cabo una fiesta del pedal. Pues no. Es un local de reducidas dimensiones situado en la calle Predicadores, 51, o sea, en el Casco Viejo. Allí, según comenta la prensa local, “a cada bicicleta se le instalará una pegatina indeleble especial acreditativa del registro. En el caso de pérdida o robo, si la bicicleta es posteriormente recuperada por la Policía, ésta podrá ponerse en contacto con el propietario”. ¡Ja, ja, que risa! No son capaces de pillar a los pirómanos que cada día prenden fuego varios contenedores de basura, con el consiguiente peligro público, y van a estar buscando al propietario de una bicicleta con una rueda pinchada y sin sillín abandonada en una esquina. Eso no se lo cree nadie. También los perros abandonados llevan chip y los laceros los llevan a la perrera sin pararse a mirar quién es el amo. Además, esas pegatinas indelebles de pueden quitar de bicicleta de la misma manera que un vecino suprime el cartel de “se vende piso” de la puerta cuando ha encontrado comprador. Eso sí, ya anuncian que el registro y la pegatina tendrá un precio “simbólico”. Claro, de momento. Cuanto el Ayuntamiento de Zaragoza haya conseguido registrar casi todas las bicicletas, les aplicará a sus propietarios unas tasas de obligado cumplimiento. Esa será la primera medida. La segunda, multar a aquellos ciclistas que carezcan de la necesaria pegatina. El caso es recaudar. Juan Alberto Belloch ha debido leerse este verano los dos tomos sobre “La población de Aragón según el fogaje de 1495”, de Antonio Serrano Montalvo, y quiere hacer otro “fogaje” a los ciclistas que ayude a mitigar en la medida de lo posible el enorme agujero municipal existente. El fogaje de 1495 –que lo sepa Belloch- se hizo por Fernando el Católico en un momento económico complicado, con las cosechas agostadas por la langosta y Zaragoza diezmada por la peste, tan pronto como tuvo noticia en Burgos de la intención de Carlos VIII de Francia de invadir el Reino de Aragón. Ahora los invasores (de las aceras) son los ciclistas y el fantasma que anda suelto (para Belloch) no es otro que el Tribunal de Cuentas. Los derroches de la Expo sólo significan una parte del problema.
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