martes, 13 de diciembre de 2011

Cochambre


El hecho de que se hayan detectado staphylococcus áureus y especies de salmonella en un 1 y 0,5%, respectivamente, de los lotes examinados en los zumos de naranja, además de que el 43% de las muestras hayan superado los límites de enterobacterias establecidos por la legislación y el 12% el límite de microorganismos aeróbicos mesófilos en 190 lotes de naranja exprimida en diferentes bares y en el mismo día por científicos de la Universidad de Valencia, es como para echarse a temblar. Si eso sucede con los zumos de naranjas, ¿qué ocurriría si se hiciera un análisis a fondo de tapas sobre mostradores, estado de los aseos y controles sobre manipulación de alimentos? Este es un país de servicios donde cualquier ciudadano, sin ser profesional del medio, abre un bar de barrio al punto de la mañana y cierra la persiana a las mil y monas, cuando decide marcharse el último borracho. No da ni siquiera tiempo para que pueda ventilarse el local debidamente. Como mucho, un escaso barrido. ¿Algún inspector de Sanidad visita esos establecimientos? En teoría, sí. Sólo en teoría. Alguien podrá pensar que no se debe extremar la dureza de las inspecciones en los negocios familiares dada la crisis económica y el paro galopante. Los pequeños bares, en los que además de servir bebidas se habilitan máquinas tragaperras, dan de comer a muchas familias. Eso es cierto. Pero tanto un Ayuntamiento, que ingresa el IBI correspondiente por cada negocio abierto en su ciudad, como una Comunidad Autónoma, que ingresa una cantidad importante en sus arcas por autorizar el uso de máquinas tragaperras, al tener transferido el juego, deberían anteponer el cumplimiento de las normas en cuestiones de higiene y salud pública a la simple recaudación y el acto cínico de mirar para otro lado.

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