viernes, 17 de diciembre de 2021

Babia, tierra de perfumistas

 


El 19 de octubre de 2020 escribí sobre la torre de Villademar, por encargo durante el siglo XII de Pelaya Ordóñez, más conocida como doña Paya, casada con Bermudo Armendáriz e hija del infante Ordoño Ramírez “El Ciego” y de la infanta Cristina Bermúdez. Y añadía en aquel trabajo que en 1920 (o sea, justo un siglo antes) el indiano Manuel Rodríguez López, apodado “El Yankee”  (aunque emigró a Cuba, no a Estados Unidos), adquirió esa casona de Cudillero y la convirtió en posada de peregrinos.  Pero antes la casona fue de la familia Sierra de Jarceley. Uno de sus miembros, Francisco Sierra Llanes (1762-1841) hizo construir una capilla con espadaña en 1876 dedicada a Nuestra Señora de la O y Pío Nono la designó como parroquia. Y en el viaje que hizo Víctor de la Serna  en su “ruta de los foramontanos” por etapas y sus posteriores entregas al diario ABC y  que más tarde unificaría en su libro “Nuevo viaje de España” (Editorial Prensa Española, Madrid, 1959) con hermoso prólogo de Gregorio Marañón y no menos bello epílogo de Alfonso de la Serna, Diego Plata, que tal era su seudónimo, comentaba sobre algo que se sirvieron en aquella posada en septiembre de 1954: ”las aceitunas fritas” y “la rulada de bonito a lo Doña Paya”, ambas según recetas de doña Carmen Bravo Díaz Cañedo, propietaria de la torre, cuyas respectivas elaboraciones ya dejé plasmadas en aquel artículo “La torre de Villademar”, como decía, en octubre de 2020. Curiosamente, Víctor de la Serna llama a Babia “Tierra de los Perfumistas” por ser babianos los que hicieron la famosa colonia de los “Álvarez Gómez”. Los primos leoneses Herminio Álvarez Gómez, Belarmino Gómez y Emilio Vuelta Gómez emigraron a Madrid a finales del siglo XIX para trabajar en una tienda de la calle Peligros que se cedía por jubilación de su anterior propietario. Al poco tiempo, en 1899, se trasladaron a la calle Sevilla, número 2. En la trastienda de aquel negocio se organizaban tertulias de literatos, toreros, pintores y gente extravagante. Entre ellos hubo un alemán que aportó la fórmula del “agua de colonia concentrada” que todos conocemos, donde  desde 1912 se combina esencia de limón con esencias de lavanda, geranio, espliego, eucalipto, romero y bergamota. Y aquella agua de colonia comenzó a fabricarse de forma artesanal en los sótanos de la tienda para su posterior venta a granel. Yo la uso desde niño. Han pasado 110 años de la aventura de tres babianos. ¡Y lo que te rondaré, morena!

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