lunes, 27 de diciembre de 2021

La actual Constitución, ¿a quién beneficia?

 



A mi entender, mientras no se modifique la obsoleta Constitución del 78 no se nos puede pedir a los españoles que la respetemos. Pablo Echenique,  persona con el que en poco suelo coincidir, por no decir en nada, daba en el quid de la cuestión en unas declaraciones recientes en TVE, recogidas por Europa Press: "Yo creo que la defensa de la Constitución que hace Felipe VI es una defensa de la monarquía. No creo que defienda la Constitución en tanto que carta magna sino que la defiende como manera de mantener los privilegios de la Casa Real". Cuando se estaba “cociendo” la actual Constitución en las Cortes Constituyentes, lo normal parece que hubiese sido preguntar a los ciudadanos qué forma de Estado deseábamos tras salir de una dictadura muy prolongada en el tiempo, en la que Franco ya había designado a dedo como su sucesor a título de rey a Juan Carlos de Borbón, nieto del último monarca exiliado e hijo de un aspirante al Trono, Juan de Borbón, que intentó sin éxito unirse al bando sublevado y luchar contra el Gobierno legalmente establecido. Y la entrada en España de ese advenedizo con ínfulas de sucesor del rey fugado se produjo por el paso de Dancharinea, acompañado por el conde de Ruisenada y el infante José Eugenio de Baviera. Al llegar a Pamplona, Juan de Borbón, con el falso nombre de Juan López, se puso un mono azul,  la boina roja carlista y un emblema de Falange Española en la solapa. Su idea era unirse a la columna de Somosierra. Lo impidió Mola. Al año siguiente (1937) Juan de Borbón envió una carta a Franco donde manifestaba su deseo de poder enrolarse en el crucero “Baleares”. Y nada más terminar la Guerra Civil (9 de abril de 1939) el exrey Alfonso XIII envió un telegrama a Franco para ponerse a su disposición. Decía textual: “A sus órdenes, como siempre, para cooperar en lo que de mí dependa a esta difícil tarea, seguro de que triunfará y de que llevará a España hasta el final por el camino de la gloria y de la grandeza que todos anhelamos”. El camino de la gloria consistió en innumerables represaliados, más de 50.000 ejecutados, una cartilla de racionamiento que duró hasta 1952, la tuberculosos enquistada en gran parte de una juventud mal alimentada, estraperlo, odio, trabajos forzados,  la penicilina vendida “de extranjis” en Madrid por limpiabotas, censura en circos, cines, revistas, teatros, prensa y libros, una educación  manejada al antojo de los “agradecidos” obispos, el piojo verde, etcétera,  etcétera. Y por si todo ello era poco, sobrevolaba sobre nuestras cabezas, como espada de Damocles, el espectro del “contubernio judeo-masónico” que nos recordaba Franco en cada discurso del día de san Silvestre. Un contubernio de negra sombra sobre el que nunca supimos en qué consistía, pero que intuíamos de persistente peligro.

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