martes, 29 de septiembre de 2009

EL CHIFLO DEL AFILADOR

Lo que hace falta en España es que no se entere César Alierta de lo que sucede en Francia. Por estos pagos, los operarios de teléfonos se suben a las escaleras para pasar el tendido. También vienen al domicilio cuando el aparato se escucha mal. Otros, los operarios de mostrador, te venden unos inalámbricos para que puedas llevarlo a la playa y hacer fotos a las turistas en tanga, que es la aplicación más extendida con esos adminículos de tan difícil manejo. Para hablar con los que se han quedado en la ciudad sin veraneo ya está el teléfono del chiringuito. Aquí la Telefónica lo mismo sirve para un roto que para un descosido. Estoy admirado con lo que dan de sí las “matildes”. En cambio, en Francia es otra cosa. Resulta que a los empleados de France Telècom les da por suicidarse por un quítame allá esas pajas. En el último año y medio se han suicidado veinticuatro trabajadores de esa compañía por los más diversos motivos. El último, el pasado lunes, dejó una carta en la que ponía que no soportaba “el clima existente en su empresa”. Si se tratase de reclutas, lo comprendería por aquello de las insoportables novatadas. Pero a los empleados de France Telécom, que yo sepa, no se les practica la “petaca” en la cama, ni se les obliga a saludar a un soldado vestido de capitán, ni se les manda a la enfermería para que les echen sal en los testículos, ni se les mantiene en vela toda la noche haciendo una casi eterna “imaginaria”. Harán su jornada laboral de lunes a viernes y a otra cosa, mariposa. Como hacemos el resto de los mortales. En España, en las empresas, se hacen reducciones de plantilla, se manda al personal al ERE, se congelan los sueldos, incluso trasladan a los operarios a Las Batuecas cuando la fábrica de siempre, la existente en la ciudad, baja la persiana por falta de producción. Pero de suicidarse uno, nada. Será que estamos menos estresados, o que el clima existente en la factoría está controlado por termostato. Nosotros pillamos la indemnización. Con ese dinero nos compramos un coche de gasóleo, un tresillo nuevo para el cuarto de estar, y si queda algo, hacemos un viaje para ver los lagos de Covadonga. Después nos acercamos a la oficina del paro para ver qué hay de lo nuestro. Dos años más tarde, Dios dirá. A una mala, siempre nos quedará la ayuda de los 420 euros prometidos por Rodríguez Zapatero. Con ese refuerzo, y la pensión de la suegra, a vivir, que son dos días. O a tocar el chiflo del afilador a un banco del parque. Los franceses son más mirados para todo. Luego pasa lo que pasa...

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