sábado, 26 de septiembre de 2009

PELELES, CENIZOS Y DEMÁS RALEA

Siento que se haya muerto Alicia de Larrocha, la mejor intérprete a piano de “El pelele”, de Enrique Granados. El pepele era un juego pícaro, donde un maniquí hecho de trapos viejos era manteado por una damiselas. Al menos, así lo pintó Goya en 1791 en un lienzo destinado al gabinete real en El Escorial. La RAE tiene otras dos acepciones, que yo conozca, para la palabra pelele. La segunda, hace referencia a aquella persona que se deja manejar por otra; y la tercera, a un traje de punto de una pieza que se pone a los niños pequeños para dormir. Mantear, que viene de manta, equivale a elevar a una persona violentamente hacia las alturas. Por asociación de ideas, me viene a la cabeza lo sucedido a Rajoy y Esperanza Aguirre en la plaza de toros de Móstoles el 1 de diciembre de 2005. Se montaron en un helicóptero, ascendieron unos pocos metros y cayeron a plomo a tierra. Un suboficial mandón que sobrellevé yo durante la mili aseveraba a los reclutas que el proyectil del cañón no caía al suelo por la fuerza de la gravedad, sino por su propio peso. Lo de Móstoles, como digo, se convirtió en un entretenimiento tragicómico, aunque reconozco que pudo haber sido grave, sólo consentido en las viñetas de los tebeos. Rajoy y Aguirre saltaron de aquel artefacto por propio pie, con cara de julepe y tiznados hasta la grosería. Sólo faltó en aquel mano a mano el torero de salón Ruiz Gallardón para que aquella se constituyese en una terna de lujo, como la compuesta en otro tiempo por Carlos Arruza, que era sobrino de León Felipe y que en “El Álamo” interpretó el papel de general Santa Anna; Luis Miguel Dominguín, por el que se suicidó la actriz Miroslava Ster; y Antonio Ordóñez, hijo de Niño de la Palma y amigo de Orson Welles. Pero a Esperanza Aguirre casi le volvió a matar un petardo en Bombay el 26 de noviembre de 2008. Le entró una acometida de pavura, dejó a la delegación española a su suerte dentro del hotel y, agachándose como en las películas de guerra, logró “ponerse a salvo” a bordo de un avión, apareciendo en Madrid horas más tarde con unos escarpines blancos, y unas chanclas abiertas horrorosas, proveyendo a los periodistas de todo tipo de explicaciones subjetivas. Era la nueva adaptación del Capitán Araña. Lástima que no le hubiese hecho una foto in situ su prima Ouka Lele, para hacer buena esa otra famosa foto de estilo gótico que empantana estos días las páginas de “El Mundo” y de “ABC”. Esperanza Aguirre es gafe y eso equivale a la necesidad ineludible de que deban tocar madera aquellos que se le adosan. El desarreglo siempre distingue a los contiguos al cenizo, o sea, a los imprósperos.

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