miércoles, 23 de septiembre de 2009

EL CRISTO DE LAS BATALLAS

La imagen del Cristo de las Batallas ha sido debidamente restaurada y el próximo domingo será procesionada por las calles de Toro, al tiempo que se le rezarán las “cinco llagas”, que son unas plegarias muy de allí, y que lo mismo sirven para un roto que para un descosido. Esa talla, que habitualmente se guardaba en la ermita de Nuestra Señora de la Vega, curiosamente se trasladó a la Colegiata en 1936, al poco del golpe de Estado. No sabemos si el motivo fue por evitar posibles actos sacrílegos, o con la intención de que el pueblo pudiera rezar por el triunfo del nacional-catolicismo, que interpretaban como una cruzada de liberación. Más tarde he descubierto que existen otros cuatro Cristos de las Batallas: en Macotera (Salamanca), en Ávila, en Castellanos de Moriscos (Salamanca) y en Cáceres, respectivamente. Pero, bueno, para mí que hay tantos cristos como batallas, incluido el Cristo de Lepanto, que se conserva en la capilla de San Olegario, en la Catedral de Barcelona. Como decía, el Cristo de las Batallas toresano se trasladó a la Colegiata a comienzos de la Guerra Civil. La guerra terminó como todos sabemos, y no cabe duda de que el triunfo se debió a la ayuda del Cristo de la peluca, de la Legión Cóndor y de los fascistas italianos. Como la guerra civil había resultado favorable para los zamoranos, no se les ocurrió mejor cosa que volverlo a procesionar multitudinariamente durante los años 40 y 50, para implorar que se acabase la pertinaz sequía. Ahí se fastidió el invento. Por culpa de las torrenciales lluvias, una fría noche, la del 9 de enero de 1959, se rompió la presa de un pantano y el pueblo de Ribadelago desapareció del mapa. En resumidas cuentas, una de cal y otra de arena. Eso de los milagros es complejo y de difícil entendimiento. Yo, por si las moscas, le pediría a Mariano Rajoy que el Cristo de las Batallas existente en Toro, ahora que lo han restaurado y le han quitado el peluquín, fuese trasladado de inmediato a la madrileña calle de Génova. Rezándole con la devoción necesaria, se podrían evitar situaciones incómodas, como la recién ocurrida en Benidorm, donde la madre de Leire Pajín manda ahora más que don Juan de Austria en Lepanto. Ya saben el dicho: a buen cristo, mucha sangre.

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