Lo dice el refrán: “En martes, ni te cases ni te embarques”. Por algo será. El pasado martes, en El Sardinero, además de asistir al partido de fútbol, Miguel Angel Revilla aprovechó para poner a caldo a Joan Laporta. Le llamó “radical separatista” y se quedó tan fresco. Miguel Angel Revilla, que acostumbra a llevar en el “taxi” anchoas a Rodríguez Zapatero cada vez que visita La Moncloa, a besar la bandera como si fuera la mejilla de su novia y a estrechar la mano a los guardiaciviles que se encuentra a su paso, no supo el pasado martes estar a la altura de las circunstancias. No es que Revilla tenga mal perder. Sabido es que jugar contra el Barça equivale a una derrota segura. Cada partido de fútbol me recuerda aquella coletilla que se decía en el fragor de la batalla durante el Frente del Ebro: “alférez provisional, cadáver efectivo”. Pero una cosa es el fútbol, otra el separatismo y una tercera saber mantener las formas.
Durante la confección del modelo autonómico, la entonces Provincia de Santander, se desgajó de la hasta entonces llamada Castilla la Vieja y pasó a formar entidad propia con el nombre de Cantabria. Aquella segregación, como la de Murcia (perdiendo Albacete), La Rioja o Madrid, a nadie le sentó mal aunque fuesen por el 142. Gregorio Marañón cuenta en el prólogo de un libro que “si no fuera por la Cueva de Montesinos, la Mancha no sería un país inmortal, sino una estepa como cualquier otra”. De la misma manera, si Cantabria no hubiese sido Comunidad Autonómica uniprovincial, seguiría siendo hoy lo que siempre fue: el puerto de mar de Castilla por el que se embarcaba el grano. Tampoco a sus habitantes se les denominaría hoy cántabros, sino montañeses. La Bella Tierruca, sonaba de oídas para muchos españoles sólo por la lectura de los viajes de Ford, de Teófilo Gauthier y de Antonio Ponz, por las novelas de José María de Pereda y por las semblanzas dulzonas de Concha Espina hacia su querida Luzmela, que fue una forma pulcra de denominar al pueblo de Mazcuerras, cerca de Cabezón de la Sal, de donde salieron importantes grupos de foramontanos para repoblar Castilla.
Miguel Angel Revilla volvió ayer a cometer otro error. Se negó a asistir a un acto en Colombres (Asturias) organizado por el Club Habano, por “no compartir mesa con Laporta”, que iba a ser objeto de una distinción. Finalmente, los encargados de organizar el evento invalidaron el homenaje previsto a Laporta a fin de que Revilla pudiese sentarse a la mesa tras ese acto. Revilla no es persona autorizada para decirle a ningún ciudadano cómo debe expresarse en un Estado de derecho. Si Laporta entiende que Cataluña no debe ser parte de España, sino un Estado asociado, pues adelante con los faroles. A mí tampoco me gusta la Monarquía como forma de Estado, ni la casquería ni los caracoles ni el civet de liebre. Es preferible que los ciudadanos elijan a su Jefe del Estado antes de que lo resuelva un espermatozoide. En lo que respecta a la comida, ya saben, nada de menuceles. Puestos a optar por un plato, siempre me quedaré con los sabios consejos de Álvaro Cunqueiro, o sea, por un “villagodio” de buenas hechuras, uno de esos pedazos de buey que tanto le gustaban a don Indalecio Prieto cuando era director de “El Liberal”.
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