martes, 22 de septiembre de 2009

EL ORO DE VARSOVIA

No se trataba de que Moscú nos devolviese el oro enviado por Negrín. Lo que sucede es que el pasado domingo se jugaba la final de baloncesto entre España y Serbia en una cancha de Varsovia. Y allí estaban presentes los que tenían que estar, o sea, Rubio, Navarro, Rudy, Gasol, Garbajosa, Reyes (no los Reyes), Mumbrú, el otro hermano Gasol, Llull, y todo un rabo de gigantes, además de Sergio Scariolo, que es de talla intermedia, como los santicos Teopompo y Sinesio. Los cabezudos: el Boticario, el Tuerto, el Berrugón, la Forana, el Forano, el Morico , la Pilara , el Robaculeros y el Torero, se habían quedado en Zaragoza, que es su hábitat natural. Las “cheerleaders” aparecían en los descansos en minifalda a la manera de cómo la lleva San Tarsicio en los altares, es decir, sin ese plisado en tablillas de los escoceses, que también son ganas de dar por retambufa. Y en la tribuna, además de los miembros de la FIBA, se encontraba la Infanta Elena. Para mí que se había equivocado de partido. Lo normal en estos casos es que hubiera estado, si es que había que ir a Polonia, aplaudiendo a Bourouisis, Zisis, Spanoulis, Fotsis, Printezis, etcétera, en el partido anterior, en el jugado por España contra Grecia, y que terminó 82-64 a favor de los nuestros. A mi entender, el hecho de que la Infanta asistiera a la final del Eurobasket tuvo sus riesgos. Imagínese el lector que llega a suceder como en Australia con la Copa Davis y que, por uno de esos lapsus inexplicables, el pinchadiscos hubiera colocado el Himno de Riego. No quiero ni pensar el problema diplomático que se hubiese producido y el brete en el que habrían colocado sin comerlo ni beberlo al pobre Moratinos. La realeza, los príncipes, las infantas, los duques, los marqueses, los condes y los barones, con y sin Grandeza de España, que ésto es como la cerveza, con o sin alcohol, deben permanecer en los palacios, que también constituye su hábitat natural, de la misma manera que los cabezudos deben permanecer en Zaragoza, a refugio seguro, para evitar que se pueda mojar el cartón-piedra, siempre expectantes de destino y a la espera de acontecimientos, es decir, en el caso de la nobleza, las cenas de gala, la Pascua Militar, la entrega de trofeos en las regatas, y esas lindezas tan agradables y que tanto lustre produce cuando impregnan de tinta de todos los colores las páginas del “¡Hola!”. En el caso de los cabezudos, permanecer llenos de polvo hasta sus salidas en tropel pegando zurriagazos a los muchachos durante las fiestas del Pilar. El oro en forma de medallas conseguido en Varsovia merced al baloncesto irá también a su hábitat natural, como la golondrina, el vencejo, el urogallo y la calandria, o sea, a una vitrina. Ese lugar de la historia donde se custodia el brazo de Santa Teresa, las polainas de Espartero, el parche del ojo de Ana de Éboli, la laureada de Franco y la dentadura postiza de la Señora de Meirás.

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