martes, 2 de marzo de 2010

Estadísticas

Me entero de que ahora mata más el suicidio que la carretera. Eso de morirse uno porque le da la gana y sin permiso del enterrador es, por lo que leo, más común que salirse de una curva en una carretera secundaria. De ahora en adelante ya no tendremos que echarle la culpa a nadie de nuestras muertes a la carta. Es como en la canción de Pepe Pinto: “¿quieres un collar?, de brillantes”. Que prefieres la azotea de un quinto piso, pues sube por las escaleras y te tiras contra la acera; que prefieres la vía del tren, espera al correo de las cinco en un montículo comiéndote un plátano; que prefieres la cicuta, pues tómatela en un vaso como si fuese aguarrás con cubitos de hielo. Morirse es sencillo y las estadísticas no fallan jamás, salvo cuando las hace Rajoy. Yo creía que eso del suicidio era cosa de los países fríos, como Suecia o Finlandia, donde la oscuridad y la bruma originan angustia vital. Pero no, ha quedado demostrado que también se suicida la gente en los países del Sur, en los de guayabera, botijo y calorina. Bueno, pues siendo así, habrá que rezar para que el paquete humano, si es que ha de caer, no nos caiga encima cuando salgamos a comprar el pan. Con la que está abatiendo, que te caiga desde el quinto piso un tipo con ganas de matarse es un valor añadido a nuestra desgracia, como ese aumento del IVA que está por llegar cuando asome el verano, con el calor africano, el buchito al búcaro, la canción del verano, la riñonera, el chándal, la visera de John Deere y la madre que los parió. De cualquier modo, me parece una precipitación en los acontecimientos el hecho de que alguien proyecte quitarse la vida en época de escasez. El tránsito al otro mundo llegará por la vía más corta como dure mucho la crisis. A algunos ya nos clarea la raspa y llevamos camino de parecernos al pobre Gasparito.

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