miércoles, 31 de marzo de 2010

Hoy, sin ir más lejos

Los casos de pederastia en el ámbito del clero ahí están, en las hemerotecas, para vergüenza de un hatajo de degenerados y de las altas jerarquías de la Iglesia Católica que, ante semejantes atropellos a la dignidad humana, siempre se limitaron a mirar para otro lado. Estos días están apareciendo en el apartado “cartas al director” de la prensa española distintos testimonios de personas que, siendo niños, sufrieron abusos en diversos colegios tutelados por frailes. En su día, nadie, ni padres ni alumnos, se atrevieron a denunciar esos atropellos por dos motivos principales. En primer lugar, no les hubiesen creído; y, en segundo, tampoco estaban en condiciones de enfrentarse a aquellos que tenían “la sartén por el mango” dentro de un Estado nacional-católico en el que Franco estaba en posesión del brazo de santa Teresa, robado en 1937 del convento carmelita de Ronda, hasta su muerte; en un tiempo en el que el sátrapa entraba en las iglesias bajo palio; en una España doliente donde su Caudillo había sigo proyectado como santo cruzado confiado en la misión de Dios ( en palabras de Paul Preston), como quedó demostrado con la imposición de la Orden Suprema de Cristo por el cardenal Enrique Pla y Deniel.

Hoy, sin ir más lejos, leo en la prensa diaria que un cura borracho se lió a bofetadas con el amigo de un hijo de la difunta en el funeral que debía oficiar. Semejante astracanada, sucedida el pasado martes en Muret, en el sur de Francia, pone de manifiesto cómo anda el aceite del candil de la clarecía. Pero el arzobispo, en vez de suspenderle “a divinis”, que hubiera sido lo normal en estos casos, se limitó a mandar un comunicado pidiendo perdón a la familia y asegurando que tomará todas las medidas necesarias para que el párroco se pueda "liberar de su adicción al alcohol". Hombre, está bien que ese clérigo con hechuras de chulo de barrio asista a unas sesiones de terapia de grupo; pero, además de ello, espero que le administren una camisa de fuerza y que pague de su bolsillo las costas derivadas de un juicio de faltas. Y si no puede oficiar la misa con vino, que le eche al cáliz nada con sifón. Habrá que calmarle, digo yo, antes de que se produzca el siguiente entierro en ese pueblo francés. Con sus antecedentes nunca se sabe. Hasta podría dar matarile a una desconsolada viuda de un escopetazo.

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