lunes, 26 de septiembre de 2011
Ratzinger
Según palabras de Benedicto XVI en Alemania, donde fue recibido con bastante desafecto por una gran parte de la ciudadanía, “los agnósticos están más cerca de Dios que muchos fieles rutinarios”. Hombre, no sé, el agnóstico ni niega ni afirma la existencia de Dios y entiende que esa insistente “existencia” afirmada por los teólogos no es demostrable. A diferencia de creyentes y ateos, los agnósticos carecen de pruebas concluyentes que demuestren la existencia de un Ser Superior. Los defensores de los dogmas, egoístas, crueles y fanáticos en su gran mayoría, suelen decir una cosa y la contraria si es menester con tal de marear la perdiz y alcanzar prebendas. En su artículo “los administradores del misterio” contaba Antonio Gala, en su “Dedicado a Tobías”, allá por 1987, lo siguiente: “Hay un cardenal –hoy de cierta triste notoriedad: cuando tú seas mayor habrá sido olvidado- que se llama Ratzinger. Ha enviado un mensaje a los obispos católicos del mundo en el que se prohíbe a los seglares liberar del demonio a los posesos por medio de plegarias: nadie está autorizado a practicar exorcismos sin el permiso expreso del obispo correspondiente”. Ahora sabemos que Antonio Gala se equivocó en su vaticinio a Tobías. Ratzinger no sólo no ha sido olvidado sino que se ha convertido en Papa. Y Ratzinger dice ahora, nada menos que en su Alemania natal, que los agnósticos están más cerca de Dios que los fieles rutinarios en los mandatos de la Santa Madre Iglesia, como decía el “Ripalda”. Y los posesos, ¿dónde quedan en esa aproximación? Supongo que en el mismo lugar al que van a parar los inicuos, que no tienen redención posible. No me gustan las rifas benéficas ni los jugadores de ventaja. Tampoco, que señale el Papa en qué lugar del Cielo debe colocarse a los agnósticos, que no se meten con nadie. El Papa puede impartir doctrina entre los fieles, que para eso lo consideran el vicario de Cristo en a Tierra. Pero no quedaría elegante que también hiciera de acomodador a tiempo parcial. En el teatro del mundo todo sucede en sesión continua y no hay entradas numeradas para contemplar el firmamento ni se estilan las taquillas de reventa.
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