Dejo la
Sierra de Guadarrama y retorno a Zaragoza. La cabra siempre
tira al monte, al monte de las ánimas, y por la trocha repaso algo de la prensa
de Madrid donde se cuenta que ha muerto la condesa viuda de Montarco, Rosario Palacios, hija del juanista Julio Palacios y esposa que fuese de Eduardo Rojas Ordóñez, cofundador de Falange Española. Pero días
pasados también murió la senadora Rita
Barberá en la habitación 315, la última del pasillo, del madrileño Hotel Villa Real, de cinco estrellas
(100 euros más IVA, precio especial para políticos de postín), donde no hacía
mucho rato (nueve y media de la noche) había pedido al servicio de habitaciones
una copa de güisqui JB y una tortilla
de patata. Rita Barberá estaba investigada por presunta corrupción. Algunos
políticos, que últimamente no se dejaban ver con ella ni en pintura, pasaron
del caloret
del foc i la flama al desprecio más absoluto, pero supieron sacar, eso sí,
su vena artística y llorona a la hora de los elogios funerales. Muchos
políticos que tienen rabo de paja respiraron más tranquilos. Rita ya no podría
seguir declarando ante el fiscal Conde-Pumpido.
Ha hecho mutis por el foro y, como dicen por Castilla la Vieja, en boca cerrada no
entran moscas. “¡Qué hostia... qué
hostia!”. También murió Fidel Castro, el marxista-leninista que
se apoderó por todo el morro en La
Habana de la casa a mis abuelos paternos. Dejo, como digo, la Capital de la Sierra, a la que los de
allí llaman Collado Villalba, cuando estaban colocando en sus calles el
tinglado de las luces navideñas y cuando el pico de Peñalara me saludaba
jubiloso con sus primeras nieves.
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