En su artículo “Los
hombres no lloran”, que ofrece Jaime
Peñafiel en República.com, éste hace
referencia a un ministro, del que no cita su nombre. Lo primero que hizo al
conocer el nombramiento fue llamar a su madre. Ésta, al recibir la noticia, por
boca de su hijo de haber sido nombrado ministro, le respondió: “¡Hijo, esto es
una desgracia para la familia! Hasta ahora, solo nosotros sabíamos que eres
tonto pero, a partir de ahora, se va a enterar todo el mundo”. En El Principio de Peter, ese estudio de
las jerarquías en las organizaciones modernas, Lawrence J. Peter y Raymond
Hull, autores del libro, cuentan que en las empresas todo empleado tiende a
ascender hasta su nivel de incompetencia. Pero lo que sucede en las empresas privadas
también puede trasladarse a la milicia, a la jerarquía eclesial, al mundo
financiero e incluso al Trono. Menos mal que en España, al estar constituida
como una Democracia Parlamentaria, la figura real es casi simbólica. Siempre se
dice que el heredero al Trono es el mejor preparado. ¿Comparado con quién? Es
que no existe otro aspirante para poder hacer comparaciones. Un repaso
histórico, tanto con Austrias como
con Borbones, es la mejor muestra de
lo que afirmo. Pues bien, cuando ese nivel de incompetencia se traslada al
máximo cargo de una empresa (como sucede en tantas “pymes” que yo conozco, cuando se traspasa
directamente el mando de un progenitor que levantó su modesto negocio desde la
nada, en muchos casos sin poseer título académico alguno, a hijos absolutamente tontos de capirote)
el desastre está asegurado. Es rara la pequeña empresa que dure más de dos generaciones. Conozco demasiados casos en dos leguas a la redonda. Y termino con una frase de Francisco Umbral: “Ningún tonto se recupera de un éxito, y nada
entraña tanto fracaso personal como el éxito cuando has sido elevado en tu
puesto de trabajo hasta alcanzar tu nivel de incompetencia”. Y ahora, con el permiso de aquellos que hacen la caridad de leerme, me voy a la Sierra de Guadarrama para que me dé el aire. Sigan ustedes con Dios.
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