lunes, 7 de diciembre de 2020

El conjuro de la gitana


 

Si les digo la verdad, cuando deseo conocer la raíz de un dicho arraigado de modo popular siempre acudo a la sabiduría del tudelano José María Iribarren, autor de “El porqué de los dichos”.  Así, en el dicho “eres más tonto que Abundio” existe otra derivación: “eres más tonto que Pichote”; y en el dicho “llueve más que cuando enterraron a Zafra” también existe otra versión: “llueve más que cuando enterraron a Bigotes”. Pero cuando uno, como sucede en mi caso, no tiene idea de quiénes fueron Abundio, Pichote, Zafra o Bigotes (tampoco el tal Pichorras, de Pastriz) se encuentra más perdido que un coala en una chatarrería. Se cuenta que un tal Abundio, navarro de nación, fue a vendimiar y se llevó uvas de postre; que Pichote (adaptación de picciotto, que en italiano equivale a muchacho) tiene su origen en el Chicago de los años 20, cuando a un tal Gennaro, alias  “Piccioto”, enemigo de Al Capone, le dieron un soplo falso que le hizo entrar en un garito donde lo mataron; que Zafra o El Bigotes hace referencia a la misma persona (según José María de Lama). El dicho puede que arranque  de una verídica historia que dejó relatada Eduardo Montesinos el 11 de agosto de 1897 en la revista “Nuevo Mundo”. En su relato, “El conde de Zafra”, Montesinos  cuenta que en 1460  existía en Zafra (Badajoz) un castillo propiedad de don Mendo Méndez de Peláez, conde de Zafra, al que todos apodaban como “El Bigotes”. Aquel conde de “horca y cuchillo” era odiado y temido por todos. Sobre él han escrito diversos autores: Mónica Arrizabalaga (ABC, 11-11-2014); J. Sánchez Gerona, en una extensa carta publicada en “El averiguador universal” (dentro del diario “El Liberal”) en 1900;  y José J. Soler de la Fuente, que le llega a poner nombre en “El Museo Universal” el 30 de mayo de 1857 refiriéndose a otra persona emparentada, un zapatero al que llama César de Zafra, descendiente de aquel don Hernando de Zafra, señor del Castril.

--Oiga, señor Miranda, me acepta que le invite a otra cañita de oloroso Lebrero?

--Sí, acepto.

--¿…y un platillo de aceitunas?

--Sí, también.

Sea con fuere, el caso es que existe la misma leyenda con desarrollos distintos. En “El Libro de las Tradiciones de Granada”, de Francisco de Paula Villa-Real, el protagonista es un caballero llamado Zafra, cuyo hijo se enamoró de una gitana que vivía en una casa a espaldas de la suya. Al no lograr cortar estos amoríos, el hombre cortó el agua de la que se surtían la gitana y su madre. La gitana le echó un conjuro: “Premita Dió que l'agua lo entierre”. Cuando el caballero murió le instalaron de córpore insepulto en una sala baja. Entonces empezó a tronar y se desbordó el río Darro, cuyas aguas arrastraron cuanto encontraron a su paso, incluido el palacio de Zafra donde el ataúd salió arrastrado por la fuerza de la corriente. Nunca volvió a saberse de su paradero. El caso de Pichorras o Chafachorras (que de ambas maneras se dice en Zaragoza), Pichorretas, en Huesca, y Pichorrillas, en Andalucía, hace referencia a un tipo que se dedicó a andar y desandar caminos, según  la novela de Santiago Maestro Terraza. (“La verdadera historia de de Pichorras en Pastriz”, Mira Editores, Zaragoza, 2001).

 

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