viernes, 11 de diciembre de 2020

Cierto olor a podrido

 

 

Tomo el título de una novela de José Luis Martín Vigil que viene al dedo con lo que está sucediendo por estos lares. Este año se espera la llegada desde Oriente de los Reyes Magos en camellos para entregar juguetes a unos niños que les esperan con ilusión aunque sin cabalgata; y, también, la llegada del rey Juan Carlos desde Abu Dabi para que la fiesta de la España cañí no decaiga. En este sentido, Mariángel Alcázar, en La Vanguardia, señala que “la preocupación de la Zarzuela, en estos momentos, es que el retorno del anterior jefe de Estado se utilice para atacar a la Institución y más en unas fechas en las que el Rey tiene en la agenda su tradicional mensaje de Navidad”. Juan Carlos, rey de España por la gracia de Franco,  ha decidido salir de su paréntesis, que es como asomar de un biombo chino lacado con las vergüenzas al aire (como en los decimonónicos dibujos de Sem) después de cumplir por adelantado la para él penitencia de tener que abonar al Fisco 678.393 euros por sus tarjetas en negro; es decir, el 1% de la fortuna que le regaló la dictadura saudí y que nunca declaró, amparándose en la inviolabilidad que le otorgaba la Carta Magna al entonces jefe del Estado. Todo muy raro. Aquí, una de dos: o se reforman algunos aspectos de esa Constitución a todas luces mal interpretadas por el Borbón reinstaurado a la muerte del sátrapa, o acabaremos convirtiendo a España en un país bananero de muy difícil manejo. Las medias tintas, la metástasis de la corrupción política, una Justicia que en la praxis no es igual para todos los españoles y una Monarquía a punto de implosionar, sólo conducen a la vía del enfrentamiento y de la descomposición sistemática. Como decía días pasados Ignacio Escolar en Eldiario.es, la “propina” entregada ahora por Juan Carlos al Fisco es, de media, el sueldo integro de un español durante 31 años de trabajo. De vergüenza.

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