viernes, 18 de diciembre de 2020

La licuefacción

 

En la ciudad de Nápoles tiemblan estos días porque no se ha licuado la sangre de san Jenaro y eso suele ser el avance de un mal presagio. Si les digo la verdad, no sé qué más males nos pueden sobrevenir en este 2020 que está a punto de marcharse como un sicario tras dejar una estela de miedo. Leo en La Vanguardia que “en 1988, el arzobispo de Nápoles pidió a un científico de Turín que examinase la sangre y éste dictaminó la presencia de hemoglobina, que excluía que fuese una sustancia de naturaleza diferente de la sangre. Sin embargo, en 1991 un grupo de científicos aseguró en la revista Nature que había obtenido una sustancia similar del color de la sangre a partir del polvo de molisita, presente en los volcanes y con estas mismas propiedades tixotrópicas, es decir, que se licua al agitarse”. Uno ya no sabe dónde se encuentra la verdad y dónde se halla la mentira. Y como el Pisuerga pasa por Valladolid y el Arga pasa por Mendigorría, el tercer hijo de Felipe V y primero de su segunda mujer, Isabel de Farnesio, Carlos III, (Carlos VII de Nápoles y Sicilia desde 1735), que se había convertido en rey de España a la muerte de su hermanastro de Fernando VI sin descendencia, fundó la Insigne y Real Orden de San Jenaro en 1738 para celebrar su boda por poderes con María Amalia Walburga, hija del rey de Polonia, una mujer con ojos de gato que se casó con 13 años y llegó a tener 13 hijos, entre ellos al futuro Carlos IV. Carlos III, dicen que “el mejor alcalde de Madrid”, llevó a cabo dos importantes logros: echar a los jesuitas de España y repoblar Sierra Morena en un intento de erradicar el bandolerismo. Pero los jesuitas siempre regresan y los bandoleros permanecen aunque ya no asalten diligencias. Sucede como con los Borbones. El día que destronaron a Isabel II,  Prim dijo aquello de “los Borbones nunca más”. Pero a los siete años, ya estaban los Borbones restaurados en la persona de Alfonso XII. Menos mal que en España nos queda la sangre de san Pantaleón, que se encuentra en Madrid, en el Real Monasterio de la Encarnación, y que se licúa cada 27 de julio en un proceso que nadie es capaz de explicar, ni siquiera Iker Jiménez. En ese monasterio también se conserva una tibia del santo. También, los bandoleros siguen presentes, aunque Luis Candelas fuese ajusticiado una gélida mañana de noviembre, en 1837, en la madrileña plaza de la Cebada. Lo que sucede es que los bandoleros actuales, léase corruptos, están en todos los niveles de nuestra sociedad. Ya no utilizan trabuco y prendas de vestir a la rondeña, sino traje caro y tarjetas black. Antes los ahorcaban; ahora se van de rositas sin despeinarse. Y lo que es peor: sin devolver la pasta.

 


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