martes, 23 de septiembre de 2008

Arriba y abajo

Amando de Miguel, en "el buen uso de las palabras", señala que "lo interesante no es la noción física de la dimensión vertical, sino su traducción psicológica o social". Los términos "arriba" y "abajo", referido a las personas están concebidos en función de la jerarquía. En las ciudades, en la dirección de la corriente de los ríos, o la natural inclinación de los terrenos.

En las estaciones de ferrocarril, por lo menos en las estaciones que pertenecieron hasta 1941 a M.Z.A., que son las que conozco, todavía puede leerse dentro de un óvalo de hierro fundido la altitud de las mismas con respecto al Mediterráneo en Alicante. Así, por ejemplo, un ciudadano que viajase desde Calatayud hasta Ateca, decía que subía a Ateca, o que bajaba a Calatayud, de acuerdo con la trayectoria del Jalón. Otra cosa distinta es que tal ciudadano lo hiciese en sentido "ascendente" o "descendente", que el argot ferroviario tiene su intríngulis y requeriría otro análisis en profundidad, como dicen los cursis. Quiero símplemente referirme a que el término "ascendente", en la jerga ferroviaria es el que se emplea para referirse al convoy que se dirige a la ciudad más importante, y el tren "descendente" es el que marcha en sentido inverso. De hecho, si el convoy en cuestión sólo hiciese el trayecto Calatayd-Ateca, ese sería el "decendente", interpretando que Calatayud es ciudad de mayor rango, no sé si también realengo, que Ateca.

También sucede que las ciudades se orientan, curiosamente, en norte y sur a la hora de determinar qué ciudadanos habitan cada espacio. El Este y el Oeste queda para las películas americanas. En Madrid, por ejemplo, la gente de más recursos económicos vive en barrios situados al Norte, pongamos por caso Puerta de Hierro o la carretera de La Coruña. El Sur es territorio de menor capacidad económica, como son la Plaza de Legazpi, o los dos Carabancheles. Los mapas antiguos curiosamente se orientaban hacia Oriente, porque en ese punto cardinal de la rosa de los vientos se situaba el Paraiso Terrenal. Diferente será, imagino, contemplar nuestro planeta desde el espacio, o desde la Luna.

De la misma manera, las altas instancias del Estado o de la Iglesia, también los oradores y los profesores, siempre procuran situarse en tribunas, podios, púlpitos y tarimas, a fin de que quede su cabeza a mayor altura con respecto a la de los demás. En ese sentido, Amando de Miguel recuerda unos versos del Tenorio definitorios: "Yo a las cabezas bajé,/ yo a los palacios subí,/ yo los claustros escalé,/ y en todas partes dejé/ recuerdo amargo de mí". Es que los palacios - tal y como señala don Amando- o los edificios eclesiásticos, siempre estuvieron situados en la parte más alta de las ciudades por diversas razones, unas, por cuestiones defensivas, y otras, por razones de índole sanitario. Evitaban el famoso "!Agua vá!". La gente de baja estofa habitaba los barrios bajos, donde confluían los riachuelos de aguas fecales y donde, consecuentemente, se producían las peores pandemias; que, como sucedió con la peste, diezmó las principales ciudades en cuestión de semanas.

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