sábado, 6 de septiembre de 2008

Bulla fritanguera

Ha vuelto a abrir "El Plata", pero es otra cosa. Le falta esplín. La Zaragoza de la Expo se ha vuelto callejera y ruidosa. El Savoy lo cambiaron por la Torre del Agua. Con la muerte del Savoy también se fue con el hatillo a otra parte Enrique, el limpiabotas. Los cafés zaragozanos se han convertido en "puertos humanos de barcazas varadas", como escribiera Umbral en "Cela, un cadáver exquisito". El día que se nos murió "El Plata" de las Hermanas Castillo, el pianista de Gallur, don Julio, tuvo que marchar con sus bártulos, o sea, con los diez dedos de las manos y una sobada carpeta con fragmentos de zarzuelas, a "La Pianola" de la calle del Temple, para distraer a unos lechuguinos que tenían el reloj parado en los treinta años y el jaleo de fin de semana en el cuerpo. Y don Julio encendía un cigarro de "ideales" que se le apagaba y lo volvía a encender después de despachar con aseo cada petición. Algo parecido sucedió cuando murió el fotógrafo de la Lonja. Los socialistas municipales, tomando un respiro entre adefesio y adefesio, le erigieron un recuerdo en forma de caballito de bronce, en el que ahora se hacen la foto los niños de primera comunión y los turistas por tres días, que es el tiempo del "pase" a la Expo, aunque cueste pasar, entre fila y fila. Por estos pagos ya hay tres filas, la del paro, la de "la primitiva" y la del Pabellón de España, sobre el que cuentan maravillas los pocos que han tenido acceso a su interior, o sea, los Príncipes de Asturias, el delegado del Gobierno, el "jeta" que siempre se cuela en bodas, bautizos y comuniones, y algún concejal de baratillo. El resto del gentío, que espera siempre que se produzca el milagro de los panes y de los peces, bastante tiene con pillar número y ponerse a la cola para intentar ver no sé qué, que nunca me he enterado qué es lo que se puede ver en el interior de los pabellones de las Islas Caimán o de Papúa Nueva Guinea, además de nativos en taparrabos y filminas con arena blanca y palmeras, como las que había de fondo en el proscenio de "El Plata" antes de que muriera en la folla especulatriz, como la sala de billares del piso superior y no sé si Serafina, la cerillera apostada, tanto si hacía frío como calor, en la puerta de La Viña P, que era el santuario fritanguero de los bocadillos de rabas.

Pero, además de Enrique, se marchó para el otro mundo Luis Pastor, al que le cerraron El Tubo los especuladores de suelo urbano. Un salón de limpiabotas presidido con una foto en la pared de Cesáreo Alierta, que fue asiduo cliente. Luis Pastor, que fijaba, limpiaba y daba esplendor a los zapatos de los clientes de toda la vida, puso un día en marcha el viejo "chévrolet" blanco y grana y se marchó cantando "La Lirio, la Lirio tiene..." por carreteras secundarias. Lo mismo que hiciera un día El Chava cuando cerraron en Calatayud "El Pavón", que era como el cuarto de estar de tratantes en ganando y de ciudadanos de los pueblos vecinos, que había ido al dentista o a comprarse un precioso macferlán, y que hacían hora para tomar el coche de línea. Igual que hiciera, también, el entrañable amigo Inocencio Ruiz cuando descubrió que su librería de lance la tenía en erial y era como un oasis sin pozo ni palmeral. La nostalgia corre como los lagartos.

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