Hace unas fechas leía en un periódico de Aragón que la Exposición Internacional de Zaragoza había eclipsado, de alguna manera, la celebración de bicentenario de los Sitios. Pero, ¿hay algo que celebrar? Al margen de los pactos de Estado para que los franceses ocuparan España en su camino hacia Portugal, lo cierto es que el "¡Vivan las caenas!" del pueblo de Madrid para propiciar el regreso de Fernando VII fue un grito de clamor y murga, auspiciado por un clero católico que veía con malos ojos el aire fresco que la Ilustración francesa había traido a España con la llegada de los primeros Borbones.
En su artículo "Afrancesados o petimetres", publicado por Juana Vázquez (El País, 2.9.08) su autora pone de manifiesto que "la Revolución de mayo de 1808, con el pueblo de Madrid pidiendo la venida de Fernando VII (...) fue una falsa Revolución. La consecuencia de la misma consistió en la presencia de un rey absolutista, que trajo la 'década ominosa', uno de los periodos más oscuros de la historia española, y cortó de raíz lo poco que la Ilustración había calado en España". Juana Vázquez señala, y señala bien, que la Contrarrevolución hizo desaparecer la incipiente liberación femenina. Sobre todo, a partir de Carlos III y de los esfuerzos de su ministro Campomanes por dignificar la figura de la mujer.
En la iglesia del Portillo, de Zaragoza, están dentro de sus correspondientes sarcófagos los restos de las llamadas "heroínas", Casta Álvarez, Manuela Sancho, Agustina Zaragoza y María Agustín. Pero ninguna de ellas supo jamás -tampoco la condesa de Bureta- que las cabezas más prominentes del partido fernandino eran el canónigo Juan de Escoiquiz, preceptor del príncipe de Asturias, los duques del Infantado, de San Carlos, de Montemar, el marqués de Valmendiano y los condes de Orgaz ( por cierto, aprovecho para decir que el pintado siglos antes por El Greco, en Toledo, no era conde) y Villariezo. Por estos pagos fueron los eclesiásticos, entre ellos Boggiero y Sas, los que redactaron las arengas y bandos de Palafox en lo que, para ellos, era una guerra de religión.
Pero Zaragoza no es menos importante que Madrid. Víctor Hugo hizo de Zaragoza un escenario de su drama "Hernani" y, también, en estos andurriales de María Santísima y en mitad del histérico paroxismo se obró el primer "milagro" el martes, 17 de mayo de 1808. Algunos zaragozanos, rondando el mediodía, vieron sobre la cúpula de la Santa Capilla del Pilar una nube en figura de palma, quedando recogido en el "Libro de Crónicas" o "Lucero de los escolapios". Cuentan que fue un presagio de la protección de la Virgen, a la que harían "capitana generala" de las tropas aragonesas. Agustina Zaragoza, que era de carne y hueso, y más pragmática, alcanzaría al final de su vida el grado de subteniente, con paga viralicia. Moriría anciana en Ceuta, después de haber regentado una casa de putas. El segundo "milagro" fué en 1938, en el fragor de guerra civil. Pero esa historia para asustar sietemesinos la dejaré pendiente para otro día, que ahora no viene a cuento.
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