lunes, 11 de octubre de 2010
Estaba muerto, no estaba tomando cañas.
A mí me da la impresión de que la apertura de fosas en el Valle de los Caídos por parte del Gobierno de Zetapé sólo es una excusa. Después de darle muchas vueltas a la cabeza he llegado a la conclusión de que los forenses lo que han comprobado en realidad es que la losa de Franco no se había movido. Estaba muerto, no estaba tomando cañas. Anasagasti, que es un hombre práctico, lo que quisiera, y así lo ha manifestado, es que ese Valle de Lágrimas fuese volado con dinamita por acabar de una vez con un símbolo de mal fario. Muchos españoles redimieron penas trabajando en su construcción, sin juicio en unos casos, o tras unos juicios sin las garantías necesarias, en otros; sólo por el hecho de haber luchado en el frente o por haber mantenido en la retaguardia unas muy respetables ideas de libertad y democracia. La Ley de la Memoria Histórica (Ley 52/2007 de 26 de diciembre) declara en su artículo 3, apartado 1º, lo siguiente: “Se declara la ilegitimidad de los tribunales, jurados y cualesquiera otros órganos penales o administrativos que, durante la Guerra Civil, se hubieran constituido para imponer, por motivos políticos, ideológicos o de creencia religiosa, condenas o sanciones de carácter personal, así como la de sus resoluciones”. Es decir, que aquellas sentencias condenatorias fueron contrarias a Derecho, como bien se cita en el siguiente apartado. En el Valle de los Caídos existen más de 40.000 restos humanos, muchos de ellos ajusticiados durante la Guerra Civil y trasladados al mausoleo sin el conocimiento de sus familiares. Pero lo más importante, suponiendo que el hecho de hacer una visita a Cuelgamuros merezca la pena, que no lo creo, es que el rebelde general Franco sigue allí, cubierto con una losa de mil kilos y que no resucitó al tercer día, como había barruntado Vizcaíno Casas. Los restos de Franco, a mi entender, deberían ser sacados de su tumba y trasladados a un lugar desconocido para ser cubierto con cal viva hasta la desaparición de sus huesos. No merece estar dentro de un templo. Ni es el lugar apropiado ni se lo merece. Lo mismo pienso sobre los restos de Gonzalo Queipo de Llano, enterrados en Sevilla en el interior del templo de La Macarena. Queipo, posiblemente responsable de la muerte de García Lorca, decía en una emisora de Unión Radio instalada en la Plaza del Duque cosas de este tenor: “Mañana vamos a tomar Peñaflor. Vayan las mujeres de los ‘rojos’ preparando sus mantones de luto”. Ya el colmo fue colocarle a La Macarena su fajín de general. Por lo que se sabe, la Curia nunca puso reparos a esa vergüenza.
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