lunes, 18 de octubre de 2010
La terrible burricie
El periodista José Luis Trasobares cuenta en un artículo que “existen individuos aquejados de una terrible burricie y de unos prejuicios delirantes”. Y es verdad. Me encanta la palabra burricie referida a personas adocenadas, sin criterio propio. Estos días muchos españoles miran a nuestra vecina República Francesa con estupor. Parece mentira cómo un país, nuestro vecino que, a pesar de disponer de la mayor cantidad de funcionarios de toda Europa, funciona. Ahora están en huelga. Llevan más de una semana en la lucha y aguantan. ¿Qué pensarán nuestros vecinos de la “huelguita” auspiciada en España por unos sindicatos domesticados el pasado 29 de septiembre? Decía que la hacían “por la dignidad laboral y contra la precariedad en el trabajo”. ¿De qué sirvió? Que yo sepa, aquí no se consiguió paralizar casi nada. Los transportes de mercancías registraron diversos retrasos en las entregas, se respetaron los servicios mínimos y el funcionamiento del Metro en Madrid fue casi impecable. Los comercios y servicios abrieron sus puertas con relativa normalidad. También los centros educativos y sanitarios. O sea, una “huelguita” de quiero y no puedo o, mejor aún, de puedo y no quiero. Francia ha sabido elevar la presión contra el Gobierno de Nicolás Sarkozy desde el eslogan: “No queremos vivir peor que nuestros padres”. En España se dijo en panfletos y en manifiesto que cerraba el acto en Madrid algo que parecía importante: “Que paguen la crisis aquellos quienes la causaron y más se beneficiaron: La banca y los especuladores”. Pero, tanto el líder de CC.OO. como el líder de UGT sabían antes, entonces y ahora que la crisis la iba a pagar la clase más desfavorecida. Si lo sabían, podía haberse ahorrado el paripé. En España parece que hay ya más de 3,5 millones de funcionarios públicos, que tampoco es moco de pavo. Llevamos camino de igualar a Francia, sólo que Francia es centralista y en España sobran diputaciones provinciales, despachos en cabeceras de comarcas, cámaras de Comercio, colegios oficiales, despachos sindicales, el Senado y todos los senadores, determinadas policías autonómicas, contratas, subcontratas, subsecretarías, direcciones generales y la madre que los parió. O sea, sirva como ejemplo el Ministerio de Educación. Si resulta que el tema educativo en este país está transferido a las Comunidades Autónomas salvo Educación a Distancia, la Universidad Menéndez y Pelayo de Santander y lo concerniente a Ceuta y Melilla, ya me contarán ustedes qué demonios pinta tanto cargo público en Madrid dedicado a no sabemos qué menesteres. En otras ocasiones, para rizar el rizo del esperpento se desdoblan empresas públicas, que es una forma de marear la perdiz, como ha sucedido con Adif y Renfe Operadora, o con el lío macabeo del ente público Radiotelevisión Española, sobre el que se podría escribir un libro más extenso que El Quijote.
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