jueves, 24 de febrero de 2011
Efigies de cartón-piedra
Observar la foto de Carrillo y Fraga en los asientos azules del Hemiciclo charlando amigablemente con motivo del trigésimo aniversario del fallido golpe de Estado, ha sido como ver a Jano, es decir, a ese dios romano que tenía dos caras mirando hacia ambos lados de su perfil. Era, tal vez, como el rostro de las dos Españas irreconciliables asomadas al mismo charco de la noche. Existe la foto correspondiente a un siete de marzo de 1966, en la que Manuel Fraga, entonces Ministro de Información y Turismo, se bañaba en “meyba” en Palomares junto al embajador de Estados Unidos en España. Había que demostrar al mundo que las aguas de esa zona de Almería no estaban contaminadas de plutonio radiactivo. Existe otra foto de Carrillo asido del brazo de Largo Caballero en las calles de Madrid, precisamente el día en que Carrillo cumplía veintiún años. Era la manifestación del 1 de Mayo de 1936. Junto a ellos estaban Luis Araquistáin, José Díaz y Trifón Medrano. Entre esas fotos median treinta años de diferencia. Pero, ayer, contemplando la imagen de ambos políticos, casi efigies, sonrientes y sosegados, me vino a la cabeza el “meyba” de Fraga y la peluca de viejo sátiro de Carrillo que le había regalado en París Teodulfo Lagunero, o Peñafiel, que tal había sido su nombre de guerra. El obsoleto traje de baño y la excéntrica cabellera rubia platino son dos iconos de una época marcada por el oscurantismo franquista. ¡Ay, si hablaran las paredes de Villa Comète!, aquella residencia de descanso que Lagunero compró en la Costa Azul donde se coció gran parte de la Transición. Ayer descubrí, finalmente, que la Memoria Histórica que perseguía Garzón no era otra cosa –como decía Gómez de la Serna- que empeñarse en coser botones grandes para ojales chicos.
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