miércoles, 23 de febrero de 2011
Toreo de salón
Cuenta Isaac Rosa en el diario Público que “el 23-F ha quedado reducido a dos relatos que son en realidad el mismo, y que nos distraen de querer saber toda la verdad: la versión heroica, emocionante; y la versión humorística, con abundante anecdotario y un golpista zarzuelero con tricornio y bigote”. Hoy, treinta años después de la charlotada de Tejero en la Cámara Baja y del intento fallido de un grupo de militares de devolvernos a la caverna involucionista, ha habido varios actos en el Congreso en los que han estado ausentes, además de los diputados de entonces fallecidos a lo largo de estas últimas tres décadas, dos actores principales de la Transición: Adolfo Suárez y Leopoldo Calvo Sotelo. Don Leopoldo, primer marqués de la Ría de Ribadeo, fallecido en Pozuelo de Alarcón el día 3 de mayo de 2008, tuvo un funeral en Madrid por todo lo alto, como corresponde a un ex presidente del Gobierno. Don Adolfo, primer duque de Suárez, por otro lado, no se encuentra en condiciones de asistir a actos de ningún tipo por padecer una demencia senil. Había sido invitado a los actos su hijo Adolfo Suárez Illana, que no acudió. El motivo lo desconozco. Quizás, podría ser una razón, no quiso encontrarse de frente con José Bono, el contrincante que le defenestró cuando Suárez Illana acudió de “sparring” a las elecciones autonómicas de Castilla-La Mancha en 2003. Suárez Illana se había afiliado al PP el año anterior con un padrino de excepción, José María Aznar, que le había nombrado “ipso facto” miembro del Comité Ejecutivo de ese partido, suponiendo Aznar, pero suponiendo mal, que la sombra del duque de Suárez era alargada. Pero tomar la alternativa en la arena del redondel castellano-manchego frente a un maestro con trapío, “venido arriba” y con muchos costurones en el cuerpo como era José Bono, equivalía a recibir no ya el revolcón de su vida, sino la cornada de Granero. La política no es precisamente la “oportunidad para El Platanito” de aquella televisión única cuando ofrecía festejos en Vista Alegre durante los años sesenta. El novillero Platanito, o sea, Blas Romero Castuela, terminó de vendedor ambulante de lotería y Suárez Illana de picapleitos, o sea, sin castoreño ni puya ni caballo debajo. Contaba el diario El País, en un ameno “Perfil” que le hizo Arsenio Escolar el 1 de febrero de 1985, que “incluso en su cazadora vaquera cuelga una placa ovalada donde se lee: Vendedor autorizado número 2.924. Administración número 126. El Platanito (torero)".Suárez Illana, casado con la hija de Samuel Flores, torea becerros en la finca de su suegro y se queja del “revisionismo interesado” de la historia que, según él, han hecho los socialistas. De lo que no dice nada, que yo sepa, es del caballo de Pavía, que también tuvo su guasa, ni del caballo de Espartero, que los tenía bien puestos.
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