lunes, 9 de mayo de 2011

Déjense de pamplinas


Berto Romero, en su blog, nos recuerda el chiste del humorista Vergara aparecido en Público el pasado día 3 en su viñeta. En ella, unos ancianos escuchaban estupefactos en la tele: “el presidente Obama aseguró que la muerte de Bin Laden hace del mundo un lugar más seguro y declaró la alerta máxima en todo el país, ante posibles represalias terroristas”. El histerismo colectivo norteamericano ya produce risa a este lado del Atlántico. Los “guardianes del mundo” son capaces de decir una cosa y afirmar la contraria simultáneamente ante el estupor generalizado de unos europeos que vamos de vuelta y que sabemos que los americanos siempre se meten en fregados fuera de su territorio, para que los “daños colaterales” sean nulos en Kansas, en Oregón y en Ohio, por citar sólo a tres Estados de entre cincuenta. Pero los europeos lo que deseamos es ver la foto de Bin Laden muerto para asegurarnos de que no nos mienten, como lo hicieron cuando dieron la vuelta al mundo con la foto de aquel pavo horneado, con una grandiosidad sólo comparable con los pollos aparecidos en los sueños de Carpanta, y que nos enseñó Bush hijo en una bandeja durante una visita a sus tropas destacadas en Iraq. Resultó que aquel pavo era de plástico. O el tema de las fotografías de los cormoranes untados de petróleo, en tiempos de Bush padre, que también dieron la vuelta al mundo, cuando se demostró que era un montaje para asustar a sietemesinos. O el tema del primer viaje a la Luna en el Apolo 11, que no lo tengo muy claro todavía, o sea, que siempre hedió a montaje de la NASA. Sibrel argumenta que fue una farsa, que el fraude fue realizado debido a que existía la percepción de que si los Estados Unidos ponían un hombre en la Luna antes que la Unión Soviética, esto significaría la primera gran victoria en la Guerra Fría. Bueno, si les digo la verdad, aunque viéramos la foto de Ben Laden muerto, muchos europeos seguiríamos pensando que se trataría de un nuevo montaje. Desde el terrible suceso de las bombas de Palomares, donde se afirmó desde aquí y desde allá que “no pasaba nada”, que “no había existido peligro alguno”, lo único que los americanos y Fraga consiguieron fue que se vendieran más bañadores “meyba” en un país, el nuestro, donde los primeros turistas se aficionaban al sol achicharrante, a las tomas de jarras de sangría a la caída de la tarde y a conocer la música de Manolo Escobar cuando abordaban “golondrinas” con la piel acangrejada por su afición al sol sin la oportuna protección de “nivea”.

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