viernes, 20 de mayo de 2011
La peineta
La Derecha en campaña electoral puede hacer los mítines que le venga en gana siempre que haya gente que escuche lo que prometen. Incluso Rajoy ha dicho, sin que nadie se lo haya tenido en cuenta, que los “pepiños” florecen por doquier. Él sabrá a qué se refiere. Lo que no es admisible de ninguna de las maneras, lo que produce rubor a los demócratas, es que Federico Trillo-Figueroa, actual responsable de Justicia del PP, el mismo que ordenó el asalto a la isla de Perejil como si hiciese la guerra de Gila, el responsable supremo en la vergonzosa falsificación de las autopsias de los fallecidos en el “Yakovlev 42” cuando ocupaba la cartera de Defensa, se ha permitido ahora hacer una peineta a un grupo de ciudadanos indignados con lo que significa el bipartidismo, a la salida de un acto electoral junto a Francisco Camps. Trillo-Figueroa, hijo de un gobernador civil franquista y miembro del Opus Dei, se ha cubierto de gloria. La peineta, ese gesto obsceno propio de mafiosos y barriobajeros le ha cubierto de gloria. El imputado por el caso “Gürtel” y ese personaje de opereta y sacristía, son dos patas del mismo banco. Ambos se pasan la Democracia por el forro de los cataplines y su aparente euforia pone de manifiesto una gran inseguridad. Rajoy dice que se apunta al movimiento del 15-M y Trillo hace la peineta con el dedo corazón a quienes están hundidos en el pozo de la desesperanza. Y ese señor dice ser miembro numerario del selecto grupúsculo de los fieles seguidores de Escrivá de Balaguer. Pues vale. A mi entender, Mariano Rajoy debería haberlo cesado de inmediato. Pero el aspirante a convertirse en el nuevo inquilino de La Moncloa tiene anchas tragaderas o, sencillamente, no se entera de nada. Utiliza la suerte de don Tancredo. Todo su mérito consiste en quedarse quieto a la salida de chiqueros subido en un pedestal esperando que el toro no le embista. Como Fernán Gómez en la película “El inquilino”, o la conocida descripción que hizo don Pío Baroja de un ambiente madrileño de pobreza, miseria y sordidez en su novela “La busca”.
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