miércoles, 23 de noviembre de 2011
La cruda realidad
Una buena parte de los ciudadanos ha tomado nota, al fín, de que este país se mueve al borde de un cantil escabroso. Y con más temor de hincar el pico en el abismo que deseos de castigar a lo que entienden como pésimos gestores de la cosa pública, esos ciudadanos optaron por conceder su voto mayoritariamente a un partido de derechas que predicaba tener la fórmula magistral en su mano, como el charlatán que ofrece un crecepelo en el que no confía, para salir de la crisis. Pero la Bolsa sigue bajando y la deuda soberana ha entrado en un tobogán de famélicos. Pese a todo ello, el español, aún consciente de que lo peor está por llegar (reforma del mercado de trabajo, pérdida de derechos conseguidos a fuerza de lucha briosa, pérdida de becas, agujeros en la Sanidad, amenazas de que España pueda entrar en zona de rescate, presión de los mercados, falta de crédito, etcétera); y sabedor de la aparente ignorancia de Rajoy, cuando afirma que no sabe cómo está la economía española ni dice una sola palabra sobre cómo hay que acabar con el fraude fiscal, o de dónde piensa recortar sin subir los impuestos, ha hecho una apuesta al “todo o nada” y que salga el sol por Antequera. El Partido Popular tiene, porque así lo ha querido el pueblo soberano, mayoría absoluta en las dos Cámaras, pero también detenta un poder casi absoluto en Ayuntamientos, Diputaciones Provinciales y Comunidades Autónomas. España se ha pintado de azul. La entrada de Amaiur en el Parlamento y el posible error de Mariano Rajoy (que desea entrevistarse con todos los partidos políticos excepto con esos advenedizos vascos, aún a sabiendas de que es una coalición legal) en nada ayudará, supongo, a facilitar las cosas. Si a esto añadimos las previsibles movilizaciones obreras que se avecinan, encauzadas por unos sindicatos cabreados y a punto de la descomposición; el posible “regalo navideño” de la Alcaldía de Madrid a Ana Botella por todo el morro; y, cómo no, la alargada sombra de la presunta corrupción de un miembro de la Familia Real (si hacemos caso de que el juez sospecha que Urdangarín y su socio se quedaron con 5 millones de euros); el desencanto está servido. Como suele decir Rajoy: “vamos a ser serios”. Pero Iñaki Gabilondo sostiene que “al votar -como hicimos el pasado día 20- ya no estamos eligiendo al partido que designará un presidente, sino a un siervo que obedecerá las órdenes de un general que habla alemán”. Ahora sólo falta esperar a que, como dice Rosell, “Rajoy cuente la cruda realidad”. Esperemos que no lo haga por capítulos, como si se tratase del culebrón “Amar en tiempos revueltos”, ¡que ya vale la anguila!
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