sábado, 12 de noviembre de 2011
Suegras
Leo en "Heraldo de Aragón" que un muchacho de 22 años residente en la calle Cereros de Zaragoza ha sido denunciado por su suegra por haberla insultado y amenazado. Yo siempre he estado en contra de los malos tratos no sólo a las personas sino también a los animales. Pero me produce desconsuelo que el muchacho denunciado, C.D.S.H., haya cometido el tremendo error de casarse tan joven. El error es doble. Por un lado, el hecho de formar familia hace añicos la idea de poder vivir una juventud de amigos y juergas, verbigracia, al estilo con que Alejandro Pérez Lujín nos describe “La casa de la Troya”; por otro, se suele dar por hecho que a la suegra que le toca en suerte al “nuevo y responsable esposo”, relativamente joven también, le queda todavía mucho carrete para malmeter y sacar de quicio al santo Job. El contigo pan y cebolla está bien hasta que aparece la úlcera de estómago y esa suegra con galones de sargento que toca el timbre una mañana para quedarse definitivamente en el constituido nuevo nido. Ahí comienzan las desgracias. Según “Frikipedia”, “suele pertenecer a ese tipo de suegra ‘madeinspanish’ oriunda de España y que de momento no es viable su exportación”. Un amigo mío, Basilio Copons Garrafé, discutió con su suegra por no haberle planchado a tiempo su camisa favorita, la que siempre se ponía cuando acudía a la reunión con un grupo de poetas en el Café Sarasate. Y optó por lo más sensato, o sea, salir de casa dando un portazo. Las suegras no suelen ser malas, pero buenas tampoco. Ya en la calle, Basilio Copons Garrafé pasó por la plaza de Sas, entró en “La Española” y adquirió media docena de carquiñoles. Al hincarles el diente con la muela mala, notó un dolor difícil de soportar. Comenzó a sangrar, se acercó hasta “Bodegas Almau”, pidió una copa de anís Manolete y se enjuagó la boca con cada sorbo antes de tragarlo. Más tarde regresó a casa, se encerró en su alcoba y estudió fórmulas para acabar con esa maldita mujer y que pareciese un simple accidente. Descartó tirarla por la ventana cuando limpiase cristales, administrarle un veneno en pequeñas dosis con cada desayuno, o quemarla con aceite hirviendo, volcando la sartén cuando friese empanadillas. Los accidentes caseros, cuando son provocados con alevosía en la persona de una suegra, suelen producir dolor de contrición, que lleva aparejado el propósito de enmienda por la sencilla razón de que suegra sólo hay una. Basilio Copons Garrafé, para la sección de sucesos de la prensa local B.C.G., decidió finalmente triturar los carquiñoles por el otro lado de la mandíbula, cuyas muelas estaban algo más saneadas. Más tarde tomó papel y lápiz y esbozó un soneto con estrambote que decidió titular “Al túmulo de mi suegra”, por una asociación de ideas con el cervantino “Al túmulo de Felipe II” en Sevilla”. Comenzó así: “Voto a Dios que me espanta esta mi suegra/ y que diera un doblón por destriparla, / porque ¿a quién no sorprende si se alegra, / viendo al yerno sufrir por no matarla?”. Después, cuando sólo llevaba hilvanado el boceto del primer cuarteto, se quedó dormido sobre la colcha de cretona.
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