miércoles, 4 de enero de 2023

En la tibia noche desplegada

Hace tiempo que ya no voy a la cabalgata de los Reyes Magos. Dejé de creer en ellos el día que les pedí una bicicleta y me trajeron los “juegos reunidos” de la empresa valenciana Geyper. En su interior había un reglamento de todos los juegos contenidos dentro de la caja de cartón. Años más tarde me enteré de que la empresa creada en 1945 por Antonio Pérez Sánchez se arruinó en 1986 y que su fundador se había muerto en marzo de 2012 a los 94 años de edad, siendo viudo y padre de dos hijas. Reconozco que aquellos juegos eran muy divertidos y ayudaban a matar las tediosas tardes invernales de domingo. Pero la bicicleta nunca llegó siendo niño ni de mayor. Cuando descubrí que Melchor, Gaspar y Baltasar eran tres personas distintas pero solo dos personas verdaderas, o sea, mis padres, comprendí que la compra de la bicicleta hubiese supuesto un tremendo gasto para una familia numerosa, como era mi caso.  Mi oro, incienso y mirra, por tanto, siempre fueron pequeños adminículos (coches de cuerda y de hojalata, escopetas que se cargaban por detrás y disparaban un tapón de corcho atado a un cordel, soldaditos de plomo o alguna pelota de goma) que agudizaban mi desbordante imaginación en el largo pasillo del viejo caserón donde vivíamos entonces. Meses antes de la Epifanía me pasaba horas mirando el extenso catálogo que unos almacenes enviaban por correo. En la escuela, el maestro comentaba el oro, el incienso y la mirra que aquellos magos de Oriente llevaron casi dos milenios antes al pesebre de Belén. A mí me intrigaba mucho poder conocer qué era eso de la mirra. Cuando se lo preguntaba al maestro, siempre se iba por los cerros de Úbeda, al norte de Jaén, que es por donde se perdió Álvar Fáñez, también conocido como ”El Mozo”, para evitar luchar en la batalla de las Navas de Tolosa entre cristianos y almohades. Comprendí que aquel maestro tampoco tenía ni idea de lo que era la mirra. Hasta que un día, siendo ya adolescente, lo consulté en un diccionario enciclopédico que mi padre tenía en su despacho. Se trataba de una resina amarilla que se extraía de varios árboles pequeños y espinosos de Turquía que se utilizaba como perfume y antiséptico; y que, diluida, servía como tinta indeleble para escribir en los papiros. La cabalgata de Reyes es como un estallido de magia y temor infantil a lomos de camellos que los niños miran por un caleidoscopio lleno de destellos repentinos, donde aparece entre bambalinas el tío de los polichinelas montado en la bicicleta con ruedines que nunca llegó a mi casa en la fría noche desplegada.




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