domingo, 1 de enero de 2023

La baraka de Carrau

 

Ángel Carrau se ha convertido en el chamán de la lotería bilbilitana. No hay semana que no reparta suerte. ¡Qué tío! En los billetes de lotería, en su parte trasera, aparece impreso un mago con los brazos extendidos y una varita mágica dando suerte. Y en la foto que aquí reproduzco parece que Carrau está diciendo: “la culpa fue del chachachá, y yo bolinga, bolinga, bolinga, haciendo frente a la situación, con torería y valor”, en la puerta de la administración que regenta en el número 5 del paseo de las Cortes de Aragón, por donde pasea el personal hacia arriba y hacia abajo, como si les hubiesen dado cuerda. Muy cerca de allí estuvo tiempo pasado El Pavón. En su puerta se reunían tipos de variado pelaje dispuestos a contratar a segadores, vender unos erales, unas mulas, o la cosecha de fruta cuando los árboles estaban todavía en flor. Y en su interior, se tomaban cafés y licores, y se comentaban los últimos goles de Gainza. El Chava limpiaba zapatos a la distinguida clientela y Mingote servía en la barra a los que acababan de llegar de pueblos aledaños en coches de línea y esperaban a que abrieran las tiendas de la Rúa. La “Pista” era como un puerto franco con ventanillas para sacar billetes a Terrer, a Ateca, a Bubierca, a Alhama de Aragón… También a Milmarcos, en el Señorío de Molina, que queda en la provincia de Guadalajara y que pese a su escasa población cuenta con muchos palacios. Cuando los coches partían de regreso a los pueblos, los viajeros tomaban asiento con paquetes: la gabardina de comando adquirida en “Confecciones Gallego”; unas telas en “Retales Baraza”; unos bizcochos de soletilla de la “Confitería Caro”, o unos libros de texto de “Casa Perruca”. Los más trasnochadores tomaban el último tren, el “ómnibus Arcos” con vagones de balconcillo y asientos de madera, que paraba en todas las estaciones. A veces ni aparecía el revisor, que picaba unos billetes de cartón con un sacabocados y con un estilo parecido al que utilizaba don Bruno en la Academia Hispania sobre las casillas de unas cartulinas color maleta, a fin de poder controlar las entradas y salidas de los educandos a su cargo los días lectivos. Ángel Carrau tiene baraka, que es una especie de bendición musulmana, solo comparable a la que tuvo Ismael Laurel, también conocido como Sisebuto Sardina, y algunas veces por Walter Puig, perito en veredas de secano, según  contaba Camilo J. Cela en “El gran pañuelo del mundo”. Señalaba el escritor gallego, refiriéndose a Ismael Laurel, que “las gentes incultas dicen que la hora mala, la hora que eligen las brujas para hacer la pascua al respetable, son las doce de la noche; pero yo puedo afirmar por experiencia que la hora mala, pero mala de verdad, son las cinco menos cuarto de la tarde, las cinco menos cuarto por el sol”. Claro, eso lo decía Ismael Laurel, de matador de reses bravas Cabezón de la isla II, sobre el que no me consta que actuara alguna vez en el coso Margarita, de Calatayud. Eso solo podría habérmelo aclarado Pedro Montón Puerto, autor de “25 años haciendo afición”, donde transcribía un artículo de don Cesar Delgado Romo, jefe de la Estación, de un folleto dedicado a las fiestas de san Roque, en agosto de 1961. Un  año antes, tras procederse a la fundación de la Peña Taurina Bilbilitana, se hizo un concurso de toreo de salón dándole al ganador una oportunidad con traje de luces. En aquel concurso se incluyó a Manuel Gutiérrez, “Chuleva”, como sobresaliente de El Niño de Oro, en una novillada de dos reses, sin picadores, que tuvo lugar en Villarroya de la Sierra el 17 de septiembre de aquel año. El matador pudo felizmente salir airoso de la enfermería. El Niño de Oro tenía la baraka de Ángel Carrau, excelente lotero y mejor persona.





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