viernes, 13 de enero de 2023

Loros

 


En “Garito de hospicianos”, de Camilo J.Cela, aparece un artículo, “El último cuento de loros”, donde su autor señala textualmente que “la distribución de loros sobre la superficie de la Tierra es algo que aún no se ha abordado con suficiente serenidad”. Y abundando en ello, entiende Cela que un loro de alrededor de ciento cincuenta años que sepa decir disparates podría cotizarse en Madrid por una fortuna. Lo que pasa es que con la nueva ley de Protección Animal se limitan mucho las mascotas que podremos tener en casa como animales de compañía. Más aún, todo aquel que posea un perro tendrá dos años para hacer un curso de formación obligatorio para su tenencia y, dependiendo de sus características, será necesario hacer un “examen de sociabilidad” junto a la mascota que se posea. Eso sí, parece que será gratuito y de validez indefinida. Al dueño de la mascota se le hará una especie de DNI donde consten los datos identificativos y sanitarios del animal, así como el nombre y domicilio del amo. Por si ello fuera poco, la mascota deberá estar provista de un seguro de responsabilidad civil obligatorio en vigor. Vamos, que se va a ser más exigente con el poseedor de un animal de compañía que con el dueño de un patinete. Según la nueva ley, tampoco se podrán tener en casa periquitos ni tortugas. Ignoro qué habrá que hacer para poder registrar en el severo organismo que corresponda un loro que lleva en casa de sus dueños ciento cincuenta años, o sea, casi seis generaciones, y que rompió el cascarón cuando asesinaron a Prim, cuando murieron los hermanos Bécquer, o cuando se movía el señor Witt por Cartagena.  Doy por sentado que en el caso del loro que nos ocupa, dada su presunta antigüedad, estará exento de ciertos trámites burocráticos. La veteranía es un lujo que no se puede desaprovechar. Si además de ello el loro sabe hablar (aunque solo pronuncie palabras malsonantes, use lenguaje de germanía, o cante el Himno de Riego) miel sobre hojuelas.

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