viernes, 20 de enero de 2023

Falta de brillo

 


Leo un artículo de Carlos Martínez-Gorriarán, en  Vozpópuli, “Reyes en la oscuridad”, donde su autor señala que “hay monarquías, como la española, que parecen interesadas en pasar casi por repúblicas peculiares renunciando al boato y la pompa de otras monarquías constitucionales”. En España salimos de una dictadura  en 1975 por muerte del dictador; y, después, nos encontramos con un panorama inédito, con un rey impuesto por el dedo de un sátrapa que había hecho un paripé de referéndum en 1947 sobre la Ley de Sucesión a la Jefatura del Estado para dejar claro que España se convertía en Reino y que, tras su mandato vitalicio, le sucedería un rey sometido a los principios y leyes fundamentales del régimen franquista. Pero  casi nadie esperaba  que su  “mandato vitalicio” durase casi cuatro décadas. Aquel referéndum del 6 de junio de 1947 estuvo desprovisto de garantías donde, además,  se  coaccionó a los votantes mediante la exigencia de certificados de voto a los trabajadores en empresas y el sellado de las cartillas de racionamiento. Pero movamos la moviola hacia adelante en el tiempo. En el referéndum de 1978 se “incrustaba” dentro del texto constitucional la figura de Juan Carlos de Borbón como rey de España, pese a que ya había sido proclamado por las Cortes dos días después de la muerte del dictador. Ahí se ratificaba, con la aprobación del texto por los españoles, la figura del nuevo monarca (que había heredado todos los poderes del dictador) y la segunda restauración de la Casa de Borbón en España. Fue una trampa bien maquinada por Adolfo Suárez para conseguir lo que se había evitado hacerse a su debido tiempo, o sea un referéndum sobre la forma de Estado. Y el hasta entonces Juan Carlos el Breve, como así lo entendían los inquilinos del búnker, se convirtió en rey de España de pleno derecho, puesto que hasta entonces solo existían derechos históricos, como así lo entendían los monárquicos, en la figura del Conde de Barcelona. Aquellos derechos históricos se perdieron, a mi entender, el día que Alfonso XIII  abandonó el país en 1931 y la Monarquía se convirtió en República. Lo que vino después es por todos conocido. La mañana del 18 de enero de 1980 llegaban a Cartagena los restos mortales del rey Alfonso XIII a bordo de la fragata Asturias para ser enterrado en El Escorial. Tras el desembarco del féretro, se depositó sobre un armón de artillería llevado por una compañía de Marinería, al tiempo que se dispararon veintiuna salvas por la batería del Arsenal mientras se interpretaba el Himno Nacional. Más tarde se procedió al desfile de una compañía de honores de Infantería de Marina con banda de música, finalizando el traslado a paso lento al helicóptero Sikorsky  al aeropuerto de San Javier, donde un avión Hércules C-130 esperaba para volar hacia Getafe. No se tuvieron tantos miramientos con la llegada desde Argentina de los restos de Niceto Alcalá Zamora, primer presidente de la II República, repatriados y enterrados a las nueve de la mañana del 11 de agosto de 1979 en el cementerio madrileño de La Almudena en la más estricta intimidad. Está en lo cierto Martínez-Gorriarán al afirmar que “la monarquía española tiene menos boato que otras monarquías constitucionales”. Es normal. Aquí ha perdido capital simbólico la Corona y hasta se escamotean fotos de Felipe VI con su padre. Pero de la falta de brillo de la realeza española no tienen la culpa los ciudadanos, que miran las nubes pasar y siempre pagan los platos rotos.  Ya lo dijo Aristóteles: “La causa de la causa es el mal causado”.

No hay comentarios: