miércoles, 4 de enero de 2023

Mirar dos cuadros

 


De toda la obra pictórica de Ignacio Fortún, que es extensa y digna de ser contemplada, haré hincapié en dos de sus cuadros que me parecen espléndidos por lo que tienen de acercamiento al medio urbano. En uno de ellos puede verse una un bar muy cutre, bar Mari, rodeado de gente ociosa de clase baja, con un balcón superior donde asoma una mujer entre ropa tendida y junto a la jaula de un pájaro en una pared llena de desconchones,  y donde puede verse a una mujer sentada en la entrada de una casa donde pueden verse cables de la luz,  varios ancianos, un hombre asomando al interior del bar, otro en la acera, y un anuncio de semillas en un local con la persiana bajada. El suelo de la calle está empedrado y hay varios papeles tirados en el suelo. Es como una de esas calles deterioradas del entorno de la zaragozana parroquia de san Pablo. La otra obra a la que hago referencia, la aquí trasladada, es como una foto fija del interior de un bar al estilo del bar Texas, en El Tubo, que estuvo abierto hasta la muerte de Juan Lería Soria, en septiembre de 2018, especializado en papas bravas y pajaritos fritos, y que ya llevaba varios meses cerrado por enfermedad de su propietario. Cuentan que los americanos de la Base frecuentaban su negocio no sé si atraídos por su nombre. Pagaban generosamente y algunos hasta se llevaban el vaso como recuerdo. Pero a Juan Lería no le importaban esos pequeños hurto. Por si las moscas, los había cobrado en el importe de la consumición. Como decía, en el cuadro de Fortún aparece el interior de un bar, donde un camarero con cara aburrida, apoyado sobre el mostrador y como mirando a una televisión que no se ve. Lleva una camisa verde y un trapo de cocina sobre el hombro derecho. Al otro lado de la barra hay tres clientes: un hombre de traje de cuadros color marrón y una corbata del mismo color, de pie y con un vaso de cerveza en la mano. Da la sensación de que mira ensimismado hacia la calle, que tampoco se ve. En el centro, una niña vestida de baturra sentada en un taburete, con una cazuela apoyada entre las piernas y una de sus manos sostiene un palillo con algodón de azúcar; y junto a ella, la que parece ser su madre, vestida con un traje amarillo, sosteniendo en su mano derecha un báculo con caramelos y en la izquierda, un  bocadillo que parce de calamares. Los tres tienen cara de cansados, de haber callejeado por la feria y a punto de regresar a casa con regalos de tómbolas. Los cuatro permanecen silenciosos. Sobre ese cuadro conservo uno de los bocetos, que me regaló en 1986 Ignacio Fortún en agradecimiento a un artículo que le había escrito días antes en Heraldo de Aragón, después de haber visto una de sus exposiciones. Por aquellos días había dejado de colaborar en ese medio a requerimiento de Antonio Bruned, al que le había molestado que también enviase colaboraciones al diario El Día. No entendía aquella molestia. Yo no tenía firmado con su diario ningún tipo de contrato. No le di mayor importancia a aquel arrebato infantiloide de un director, el del Heraldo, que tiempo después recibió la misma medicina por parte de la familia Yarza y terminó saliendo de ese medio en septiembre del  año 2000 bastante descontento. Le sustituyó como director Guillermo Fatás, catedrático de Historia Antigua en la Universidad de Zaragoza, hasta 2008. En el boceto a lapicero que me regaló Fortún existen diferencias con el resultado final, es decir, el cuadro resultante. Son los mismos personajes en idénticas posturas. En el boceto, la niña sentada en el taburete lleva puestas gafas de submarinista, y su madre levanta el brazo con una sardina en salmuera para llevársela a la boca.También existeun transistor en un aparador, el aspersor de humos tiene tapadera abierta y hay diferencias en el alicatado de la pared. Me dijeron que aquel cuadro lo había adquirido el Ayuntamiento de Tauste. No sé.

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