El hecho de que Pablo
Iglesias pida al jefe del Estado que medie para convencer a Pedro Sánchez de las “ventajas” de una
coalición de Unidas Podemos con el PSOE se me antoja como un intento malvado
del partido morado tratando de involucrar al Rey en algo que sólo concierne a
los partidos políticos. ¿Quién asegura que esa coalición de ambos partidos
daría estabilidad al país? No es necesario sino más bien una osadía, a mi
entender, que Iglesias le recuerde a Felipe
VI en su próxima reunión con el monarca el papel que tiene encomendada la
Corona en la Constitución. Iglesias sólo ha acertado en una cosa: que el jefe
del Estado lo último que desea es que los españoles se vean obligados a volver
a las urnas. Pero eso mismo es lo que no
desea la mayoría de los ciudadanos; es decir, la gente reflexiva y con sentido
común. Pero parece claro que Sánchez hace más caso al gurú político Iván Redondo (que cree estar en poder
de la cuerda de trenzado y que estima una ventaja importante del PSOE con
respecto al resto de partidos en los próximos comicios) que a los españoles hartos,
que somos legión, por tanto marear la perdiz. El papel de Iglesias en este
cambalache es tóxico. Pretende, y así lo hizo en una de sus últimas ofertas,
que gobiernen juntos PSOE y las confluencias moradas mediante una coalición
temporal. Esa es, a mi entender, una insensatez. Como escuché a Iñaki Gabilondo hace una semana en la Sexta, “Sánchez se arrepintió de haber
propuesto entregarles a los podemitas una vicepresidencia y varios ministerios
a cambio de su apoyo, e Iglesias se arrepintió de no haberlos aceptado”. No hay
vuelta atrás. Respecto a la última propuesta de Iglesias sobre una coalición
temporal que pudiese durar un año, ¿qué pasaría? ¿Otra vez habría que ir a las
urnas? Iglesias debería entender de una vez por todas que ni Sánchez desea otra
investidura fallida si no consigue los apoyos necesarios para poder gobernar,
ni desea un Gobierno dentro de otro Gobierno. O sea, verde y con asas. Pero a
la Corona deben dejarla en paz ese político a la violeta. El rey no es un
árbitro de fútbol que saque tarjetas rojas y amarillas, sino el símbolo de la
permanencia del Estado. Al césar lo que es del césar. Lo que acontece ahora no
es nuevo. España atravesó en el año 2016 una situación insólita, con un
Gobierno en funciones que duró los diez primeros meses. Y Felipe VI supo estar
a la altura de las circunstancias como se esperaba de él, y como no podía ser de otra manera.
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