Me entero por El
Español de que ya existe un
prototipo de bicicleta sin cadena. Chupa del frasco. Se trata de una bici con
un eje de transmisión desde el pedal a la rueda trasera. “Este eje de
transmisión –cuenta ese diario digital- está conectado a la rueda por 21
cojinetes con bolas cerámicas, un 58% más ligeras y 2,3 veces más resistentes
que el acero. Eso permite aumentar la velocidad entre un 30 y un 50%”. Ya hay
cuatro modelos en prototipos: Driven,
Hero (con cambio de marchas), Verge y Luz. Esta última debe de ser, por si te la
pegas, que puedas ver la luz al final de ese túnel del que habla Iker Jiménez. Ceramicspeed es la empresa que más ha apostado por ese proyecto. Lo
que ignoro es si habrá que colocarles un pequeño depósito de aceite para que
engrase los piñones del eje de transmisión. ¿Quién dijo que no podían ser
factibles los inventos del doctor Franz
de Copenhague? Si la bici sin cadena hubiese aparecido dentro de las
páginas del TBO, todos los niños de
mi época nos hubiésemos carcajeado. Pues, ya ven, basta que una idea pase por
nuestra imaginación para que pueda ser factible. Sin duda, volverá otro Siglo de las Luces (s. XVIII) que ya
está a la vuelta de la esquina y comprenderemos su dificultad a la hora de
poder ser explicadas. Más aún, a la hora de poder entenderlas. Lo que
desconozco es quiénes serán los nuevos Jean-Jacques Rousseau, Voltaire,
Isaac Newton, John Locke, Blaise Pascal… Pero antes de ello, será
necesario que nos liberemos de lo sobrenatural, afianzando el optimismo de los
ciudadanos y acabando con la superstición contraria a la razón inculcada por
los vendedores de humo. En ese sentido, Carlos Alonso del Real ya lo aclaraba en la Introducción
a su ensayo “Superstición y
supersticiones”, cuando dejaba claro que “la superstición sería algo no
debido; algo, en cierto modo, negligente.
Superstitio, por tanto, es lo que
sobra, lo que no debe creerse, o lo que se sigue creyendo por costumbre, una
especie de creencia ancestral”. A todo el que asiste a unos oficios religiosos
no se le pide que sepa Teología, sino que acepte lo que el gurú expone desde el
púlpito, o en la homilía, por una cuestión de fe. Roma locuta, causa finita. El asunto se zanja por el que tiene
una autoridad inapelable, verbigracia: el obispo de Roma. Al menos, eso dijo Agustín
de Hipona para cerrar la controversia pelagiana (donde Pelagio negaba el pecado original
salvo en la persona de Adán) el 23 de septiembre (tal día como ayer) de
417. Perdone el lector que me haya desviado del tema. Agustín de Hipona acató
la rotundidad con la que Inocencio I condenó tal herejía. El doctor
Franz de Copenhague, en cambio, fue un soñador que sólo pretendió hacer
un mundo más feliz con sus estrafalarios inventos desde el lejano 8 de enero de
1935. Detrás de él se escondían varios
dibujantes: Nit, Serra, Massana, Benejam, Albert Mestre, Maurice
Cuviller y el perito mecánico, además de dibujante, Ramón Sabatés. La bicicleta sin cadena
sólo es el primer paso. Luego vendrán los patinetes con mini-bar incorporado,
las mesas de velador con un rodillo lateral para limpiar los zapatos, la
máquina de hacer nudos de corbata y las apariciones del santo elegido en forma
de plasma (según catálogo) en las bóvedas de los claustros de las catedrales,
cuando por una ranura instalada en una doble columna de estilo románico de
transición al gótico se depositen 100 euros + el 21% de IVA; eso sí, con
destino a las misiones en Kalaupapa, o como óbolo de san Pedro, que nunca supe de qué se trataba.
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