Ignoro si en Galicia hoy “llueve mansamente y sin
parar, llueve sin ganas pero con una infinita paciencia, como toda la vida”,
que así comienza la novela “Mazurca para
dos muertos”. Ignoro, como digo, si orvalla despacio y sin parar. Pero lo
leído en La vanguardia al punto de la amanecida es como para que se
me atragante la galleta maría untada en el café. Resulta que un hombre cuya identidad no se cita en los papeles, o no lo recuerdo, que viene a ser lo mismo, ha
matado a su exmujer, a su exsuegra y a su excuñada en el pueblo de Valga (Pontevedra) situado en
la comarca de Caldas, y después se ha marchado a su casa de La Coruña desde
donde ha llamado a la Guardia Civil desde otro pueblo, Ames, para confesar esos
macabros acontecimientos. Otro diario, El
Mundo, es poco más preciso. Cuenta que
el crimen se produjo en una vivienda de Carracido, en la parroquia de de
Cordeiro de Valga, y que en el domicilio familiar se encontraban los dos hijos de la pareja. Cordeiro de Valga
se hizo famoso por hacer en 2015 la mayor empanada del mundo en una enorme
fuente de 40 metros de longitud, con sabor a castañas con chorizo. Es el
segundo caso de violencia machista cometido en Valga en lo que va de año, ya
que en marzo pasado un hombre mató a su mujer y luego se suicidó. Ignoro si “orvalla
con fe, esperanza y caridad sobre el maíz y el centeno, sobre la virtud y el
vicio”, como cuenta Cela al referirse a la zafiedad ciega e irracional. La tarea de
asesinar es sencilla. Más aún cuando sólo es preciso apretar un gatillo. Basta
con no distraerse, tener el tino necesario, el pulso firme y centrarse en la
faena. Produce consternación, pero es la condición humana, no muy diferente de
la del alacrán montado a lomos de la rana, esa barca de Caronte necesaria para pasar el río hasta la otra orilla, o hasta
la laguna Estiga. Es, en definitiva, lo que hay ahora en las mesas de las
redacciones: un triple asesinato a manos de un asilvestrado personajillo del
que no conozco ni su nombre, pero que mueve al alza las siniestras
estadísticas. El triunfo de la vulgaridad es lo que me hiela la sangre.
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