lunes, 16 de septiembre de 2019

Mazurca para tres muertas



Ignoro si en Galicia hoy “llueve mansamente y sin parar, llueve sin ganas pero con una infinita paciencia, como toda la vida”, que así comienza la novela “Mazurca para dos muertos”. Ignoro, como digo, si orvalla despacio y sin parar. Pero lo leído en La vanguardia  al punto de la amanecida es como para que se me atragante la galleta maría untada en el café. Resulta que un hombre cuya identidad no se cita en los papeles, o no lo recuerdo, que viene a ser lo mismo, ha matado a su exmujer, a su exsuegra y a su excuñada  en el pueblo de Valga (Pontevedra) situado en la comarca de Caldas, y después se ha marchado a su casa de La Coruña desde donde ha llamado a la Guardia Civil desde otro pueblo, Ames, para confesar esos macabros acontecimientos. Otro diario, El Mundo, es poco más preciso. Cuenta que  el crimen se produjo en una vivienda de Carracido, en la parroquia de de Cordeiro de Valga, y que en el domicilio familiar se encontraban  los dos hijos de la pareja. Cordeiro de Valga se hizo famoso por hacer en 2015 la mayor empanada del mundo en una enorme fuente de 40 metros de longitud, con sabor a castañas con chorizo. Es el segundo caso de violencia machista cometido en Valga en lo que va de año, ya que en marzo pasado un hombre mató a su mujer y luego se suicidó. Ignoro si “orvalla con fe, esperanza y caridad sobre el maíz y el centeno, sobre la virtud y el vicio”,  como cuenta Cela al referirse a la zafiedad ciega e irracional. La tarea de asesinar es sencilla. Más aún cuando sólo es preciso apretar un gatillo. Basta con no distraerse, tener el tino necesario, el pulso firme y centrarse en la faena. Produce consternación, pero es la condición humana, no muy diferente de la del alacrán montado a lomos de la rana, esa barca de Caronte necesaria para pasar el río hasta la otra orilla, o hasta la laguna Estiga. Es, en definitiva, lo que hay ahora en las mesas de las redacciones: un triple asesinato a manos de un asilvestrado personajillo del que no conozco ni su nombre, pero que mueve al alza las siniestras estadísticas. El triunfo de la vulgaridad es lo que me hiela la sangre.

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