Se marcharon al otro mundo ya casi otoñando Blanca Fernández Ochoa y Camilo Sesto, dos leyendas de
cartón-piedra, y me han venido a las mientes muchos actores de reparto, vistos
con harta frecuencia en las películas de “Cine
de barrio”, en la televisión estatal, con aspecto juvenil y actuando con
aseo en muchas películas de bajo coste de producción que llamábamos
despectivamente “españoladas”. Pero
muchos de aquellos actores, algunos muy divertidos, pasaron directamente del
estrellato al anonimato y de los platós y maquillajes a las residencias de
ancianos. Munchos de ellos, digo, con largas vidas laborales a sus espaldas aunque con exiguas
cotizaciones a la Seguridad Social. Podría citar todo un ramillete de nombres de actores y
actrices vetustos fallecidos en el olvido y que, con algo de suerte, fueron
recordados con ocho o diez líneas esquinadas, con faldón pequeño y
emplazamiento en página par (lado izquierdo del lector) de la prensa, que son
menos atrayentes para el lector. En la diagramación de los periódicos sucede como en los supermercados. En éstos
últimos, se ponen siempre a la vista y a la altura de los ojos aquellos géneros
que más interesa vender. En la prensa sucede algo parecido. Los anuncios
generan más atención puestos en páginas impares (derecha del lector). Son más
atrayentes cuando la imagen del producto se coloca en el centro, el texto
debajo y el logo en el cierre del anuncio, a la derecha, al ser lo que más se
recordará. Hasta las esquelas mortuorias señalan la importancia del difunto
según el tamaño. En los viejos cafés madrileños se comentaba que el difunto no
había sido persona distinguida en vida si en el diario ABC no aparecía en una
esquela del número cinco. Blanca Fernández Ochoa fue conocida por destacar en
el esquí alpino, por tener una medalla olímpica y por ser hermana de Paquito,
primer medallista en unos Juegos
Olímpicos de Invierno, al conseguir el oro en el slalom gigante de Sapporo,
en 1972. Camilo Sesto era el nombre artístico de Camilo Blanes Cortés, cantante que sobresalió en 1975 en el
madrileño teatro Alcalá Palace con la
obra “Jesucristo Superstar”, dirigida
por el prestigioso easonense Jaime
Azpilicueta, posteriormente considerado como el mejor director por la Asociación de Críticos de Nueva York por
su espectáculo “The way we are”,
presentado en el Lincoln Center. En
fin, se marcharon para siempre dos héroes de cartón-piedra. Lo malo de la vida es cuando llega el día en que se jode el motor
de arranque del tiovivo y se queda uno sin el manso brillo del oropel.
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