De niño, recuerdo que el maestro daba unas pautas para que los niños supiesen aprender a escribir sin faltas de ortografía. De hecho, en el ingreso de bachillerato, entre otras materias, ponían un dictado más o menos rebuscado y era necesario no tener más de tres faltas ortográficas. Había varios métodos para evitar errores gramaticales, entre ellos el "Miranda Podadera". Te enterabas, por ejemplo, que era el laísmo (cuando se utilizaba "la" como pronombre representativo de un complemento indirecto femenino), la aplicación del uso de las comillas (cuya apertura no significaba que debía dejar de existir concordancia sintáctica), o despejar la expresión tan usada "bajo el punto de vista" equivocadamente, debiendose decir "desde un punto de vista" (puesto que bajo un punto de vista no se vé nada), etcétera. Mas tarde descubrí los "libros de estilo", con sus particulares puntos de vista. Sin ir más lejos, el libro de estilo de "El país" tenía importantes diferencias, sobre todo en el orden protocolario, con el libro del "ABC". Y, entre medio, brotaron como setas los inventores de barbarismos y anglicismos, más aún desde que aparecieron los gloriosos inventos de los ordenadores personales y el internet.
Otros inventores lo eran de palabras, con las que solían poner la guinda en un gongorino pastel, lo que no me parece desacertado, o daban por sí solas en el centro de la diana. Personalmente valoré positivamente tales "aportaciones" al idioma castellano aunque no estuviesen contempladas, de momento, por la RAE. Daba lo mismo. En "La Colmena", de C.J.Cela, aparecía por el café un raro personaje "inventor de palabras" (en la película se trata del mismo autor de la novela) que le regalaba un nombre recién sacado del horno de su cacumen a uno de aquellos estrafalarios cliente habituales de la mesa de velador.
Amando de Miguel, que últimamente practica una especie de "el dardo en la palabra", al estilo de como acostumbraba Lázaro Carreter, salvando las distancias, en un periódico conservador, llamó hace pocas fechas "aburrición" a un aburrimiento innecesario. Bueno, adelante con los faroles, por mí que no quede. Existen otras palabras, no sé si ya incluidas en el diccionario, que definen de forma contundente lo que se quiere dar a entender. Una de ellas es la acepción "secaño", referida a tener la lengua estropajosa por sufrir gran sed; la otra, la acepción "cuélebre", cuando hacemos referencia a un bichejo no muy grande, sumamente raro y que nadie ha visto todavía, pero donde se supone, aún sin estar encantados de haberle conocido, que dispone de gran movilidad, agresividad extrema y mal diente.
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