jueves, 4 de junio de 2020

Elogio del botijo



No entiendo la razón por la que en España se consume tanta agua mineral embotellada ¡en plástico! disponiendo, como de hecho disponemos, de esa maravilla de la termodinámica que es el botijo. Recuerdo cuando estuve en Sevilla. En todos los quioscos de prensa que había por la calle solía haber sobre la pequeña repisa que separaba al quiosquero del público un botijo -ellos decía búcaro- para aliviar el secaño. Pasabas por allí, tomabas un trago del botijo y le dabas unas monedas de poco valor al dueño del quiosco en agradecimiento. Como contaba Yanko Iruin, catedrático de Química de la Universidad del País Vasco, en su blog: “La arcilla del botijo es un material poroso que permite que el agua del interior tenga una cierta tendencia a exudar hacia el exterior. Una vez que alcanzan la superficie, esas gotas externas de agua se evaporan y provocan que se enfríe el agua de su interior”. Y ponía el ejemplo de alguien cuando sale de la piscina y nota frío mientras permanece mojado. O la misión del sudor, que no es otra que la de refrescar el cuerpo. El españolísimo botijo siempre estuvo presente y a la vista de todos amarrado a la baca de aquellos coches grandotes y negros que usaban las cuadrillas de los toreros para sus desplazamientos de plaza en plaza. Cumplía dos misiones principales: calmar la sed de los sufridos ocupantes y, ya en la plaza de toros, regar la bamba de la muleta los días de viento. El mozo de espadas, con gran tino, dejaba el agua correr por el pitorro sobre ese arte de engaño con gran maestría y acierto mientras el maestro, con una de sus piernas flexionadas,  sujetaba la muleta por el estaquillador. El botijo, como decía no recuerdo quién, es el I+D de la imaginación. Se divide en cuatro partes: cuerpo, pitorro, asa y boca, y lo mejor de todo: no tiene obsolescencia programada. Dura hasta que se rompe, como el amor, de tanto usarlo. Los hosteleros están nerviosos. También, la Asociación Nacional de Empresas de Aguas de Bebida Envasada (Aneabe), que factura 1.200 millones de euros al año. Saben que pronto deberán servir una jarra de agua del grifo, por ley, cuando el cliente se la solicite. Yo, mucho más práctico, propongo que se ponga en medio de la mesa de los comensales un botijo con agua fresquita. Es más español, más torero y divertido para esos 80 millones de turistas que nos visitan cada año. Como lo eran aquellos porrones de vino tinto o clarete que nunca faltaban en la mesa de los clientes en el Restaurante Rogelio, en Calatayud. Seguro que mi amigo Antonio Sánchez Portero, de excelente memoria, sabe de qué hablo y se acordará de los viejos tiempos de la hostelería bilbilitana, cuando la carretera que unía Madrid con La Junquera transcurría paralela al Paseo.

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