Aragón es un territorio con una extensión de 47.720
kilómetros cuadrados y una población de de 1’3 millones de habitantes, de la
que prácticamente la mitad reside en Zaragoza. Si exceptuamos las otras dos
capitales, Huesca y Teruel, el resto forma parte de la llamada “España vacía”,
donde cada uno de los 731 municipios que lo coforma tiene una o varias
historias que contar. Citemos algunos. En Calaceite se halla la Fonda Alcalá,
donde sirven judías con sardina; en Campillo se conserva una copia de la Sábana
Santa de Turín que hace 400 años llevó fray
Lucas Bueno; a los de Castejón de Sos (a los que motean como matasapos) les
da por el parapente; en Montalbán se casó Líster;
a los de Paracuellos de la Ribera les motejan como “los de la corbata”; en
Cucalón decidieron derribar un muro y se
derrumbó parte de la torre de la iglesia; en Moneva hay un volcán que nunca
vomita lava porque no es un volcán sino un diapiro salino; en Mezalocha se
venera a muchos santos, todos ellos italianos; en Osera de Ebro avistaron un
ovni hace algo más de treinta años; en Peralta de Alfocea se halla la ermita de
san Juan, y el tañido de su campana despejaba las granizadas, y orientaba a los
caminantes a la caída de la tarde, y también al mediodía, para que las mujeres
llevaran la comida a su maridos al campo; en Godojos se puso a la venta un
torreón gótico del siglo XV, al que los lugareños llaman la “Torre de los Señores”,
en un millón de euros. Siguen sin tener comprador; Borja, Cecilia Giménez se hizo famosa por la
grotesca restauración de un ecce homo
en el santuario de la Misericordia, etcétera. La gente de Aragón es
hospitalaria y socarrona. A los de Zaragoza les llaman cheposos los oscenses por ir siempre encorvados por el cierzo (según
el diccionario aragonés del lexicógrafo Andolz);
y a los de Huesca, los de Zaragoza les motejan como fatos, un motejo que proviene de los tiempos del Diluvio Universal,
cuando un oscense no tuvo mejor cosa que hacer que ponerse a regar. Parece
mentira que en apenas 70 kilómetros de separación se lleven tan mal oscenses y
zaragozanos. Hay una anécdota de esa acendrada marrullería: dos amigos habían
ido de caza por Los Monegros. En un momento determinado pararon para comer.
Ambos llevaban la misma comida en el morral: migas a la pastora. Uno de ellos,
que estaba algo alejado, le pregunta al otro: “¿Comemos de las tuyas o de las
mías?”. El otro, llevándose la mano a la oreja, le contestó: “Mejor de las tuyas,
que no te oigo”.
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