Después de darle muchas vueltas al asunto, al fin he
comprendido las prisas del Gobierno por abrir bares y chiringuitos para que la
gente alterne, beba cervezas y vinos y se olvide de la que nos bien encima, que
es de órdago. El diálogo de las barras de bar se reducen a una frase: “Si a mí
me dejara, yo sabría cómo arreglar este desaguisado en dos días”. Lo que no se
dice es cómo. Miquel Giménez, hoy en
Vozpópuli, hace referencia a “Esa mierda llamada normalidad”, que así
titula su artículo. “Si hemos de ser sinceros -señala Giménez- cualquier
gobierno que tuviese que lidiar con este sombrío panorama se las vería y
desearía para intentar salir del empeño, pero es que con estos bueyes que
tenemos es imposible arar ni un milímetro”. Antes de la
pandemia vivíamos en una feliz ignorancia de lo que acontecía en nuestro
entorno. “En este estado de dejación moral e intelectual –sigue escribiendo
Giménez- han ayudado partidos, sindicatos -si es que tal cosa existe en
España-, el mundillo reducido y canijo de la cultura de ceja y subvención y, no
nos olvidemos, los poderes económicos que veían encantados lo fácilmente
manipulable que es un pueblo que sabe más de fútbol que de historia. Las
familias tampoco nos hemos quedado cortas, criando a unos hijos discapacitados
emocionalmente, inválidos de coraje y paralíticos de ética. Con todo esto ¿qué carajo esperábamos
que pasaría?”. Este es unpaís de
camareros vestidos de negro que ni siquiera saben portar una bandeja ni tratar
al cliente de usted, y de subvencionados mientras el cuerpo aguante. Y el que desee
trabajar, que se meta autónomo de lo que sea, o reparta pizzas con mochila de Glovo a la espalda (mochila que antes
han tenido que abonar como si fuesen aquellas “chicas” de Avón en el puerta a puerta) yen bicicleta. Esa será, posiblemente, la nueva normalidad que está por
llegar y donde nos esperan las horcas
caudinas, que equivale averse
forzado a someterse y hacer por la fuerza lo que uno no quería hacer, sufriendo
una considerable humillación, porque lo de funcionario para toda la vida está
un poco chungo y las vocaciones para ser ordenado cura están en franca
decadencia.
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