jueves, 25 de junio de 2020

Horcas caudinas



Después de darle muchas vueltas al asunto, al fin he comprendido las prisas del Gobierno por abrir bares y chiringuitos para que la gente alterne, beba cervezas y vinos y se olvide de la que nos bien encima, que es de órdago. El diálogo de las barras de bar se reducen a una frase: “Si a mí me dejara, yo sabría cómo arreglar este desaguisado en dos días”. Lo que no se dice es cómo. Miquel Giménez, hoy en Vozpópuli, hace referencia a “Esa mierda llamada normalidad”, que así titula su artículo. “Si hemos de ser sinceros -señala Giménez- cualquier gobierno que tuviese que lidiar con este sombrío panorama se las vería y desearía para intentar salir del empeño, pero es que con estos bueyes que tenemos es imposible arar ni un milímetro. Antes de la pandemia vivíamos en una feliz ignorancia de lo que acontecía en nuestro entorno. “En este estado de dejación moral e intelectual –sigue escribiendo Giménez- han ayudado partidos, sindicatos -si es que tal cosa existe en España-, el mundillo reducido y canijo de la cultura de ceja y subvención y, no nos olvidemos, los poderes económicos que veían encantados lo fácilmente manipulable que es un pueblo que sabe más de fútbol que de historia. Las familias tampoco nos hemos quedado cortas, criando a unos hijos discapacitados emocionalmente, inválidos de coraje y paralíticos de ética. Con todo esto ¿qué carajo esperábamos que pasaría?”. Este es un  país de camareros vestidos de negro que ni siquiera saben portar una bandeja ni tratar al cliente de usted, y de subvencionados  mientras el cuerpo aguante. Y el que desee trabajar, que se meta autónomo de lo que sea, o reparta pizzas con mochila de Glovo a la espalda (mochila que antes han tenido que abonar como si fuesen aquellas “chicas” de Avón en el puerta a puerta) y en bicicleta. Esa será, posiblemente, la nueva normalidad que está por llegar y donde nos esperan las horcas caudinas, que equivale a verse forzado a someterse y hacer por la fuerza lo que uno no quería hacer, sufriendo una considerable humillación, porque lo de funcionario para toda la vida está un poco chungo y las vocaciones para ser ordenado cura están en franca decadencia.

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