Hoy, leyendo a José Ángel Biel en un artículo que publica en El Periódico de Aragón, observo que da una gran importancia al
centro político (en referencia al PAR como partido bisagra). Me quedo con la
idea que él tiene sobre el clavillo del abanico, “cuya función más importante -sí
lo señala- no es únicamente permitir su apertura, hacia la derecha o hacia la
izquierda, léase gobierno, sino evitar que el utensilio aventador descomponga
sus varillas y se convierta en un instrumento inútil”. Pues miren, no
había caído yo en eso. Para los españoles, después del botijo y de las
castañuelas, puede que el abanico sea el adminículo más utilizado en verano. Los
tres: botijo, abanico y castañuelas requieren arte y oficio para saber
manejarlos con una cierta disciplina. Con el botijo hay que tener puntería y
saber acertar en el centro de la boca. Con las castañuelas (dos piezas de madera
unidas por un cordón) se exige manejo de dedos y también giro de muñeca, ya que
dispone de dos tonos: el más bajo se llama macho y el más alto, hembra. La
castañuela aguda se coloca en la mano derecha y la grave en la mano izquierda.
Sus dos sonidos se pueden distinguir poniendo un mínimo de atención. La
castañuela derecha (que tiene una muesca en la parte superior de la oreja) se
toca con los dedos meñique y anular, corazón e índice, y la castañuela de la mano
izquierda debe de ser presionada con los dedos corazón y anular al mismo
tiempo. Con el abanico, en su variedad
de plegable, también es necesario que tenga buen juego de muñeca además de un cierto ritmo.
Consta de baraja (esqueleto plegable), país (tele adherida a la baraja);
varillas (tiras de madera que contiene el clavillo), cabecera (primera y última
varilla, más gruesas que el resto); y calado (agujeros que evitan la resistencia
y los hace más aerodinámicos). El botijo es mucho más simple: boca, pitorro y
asa. El abanico tiene todo un lenguaje. Durante el siglo XIX llegó a ser un arma de seducción del que no se separaban las
mujeres. Julio Janin, (escritor y crítico
teatral francés fallecido en París en 1874) dejó escrito que “las
mujeres se
sirven de él para todo; ocultan las manos o esconden los dientes tras su
varillaje si los tienen feos; acarician su pecho para indicar al observador lo
que atesoran; se valen también de él para acallar los sobresaltos del corazón,
y son pieza imprescindible en el atavío de una dama. Con él se inicia o se
corta una historia galante, o se transmiten los mensajes que no admiten
alcahuete”.
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