lunes, 29 de junio de 2020

Ni contigo ni sin ti...



En 1922, hace ahora 98 años, Alfonso XIII, bisabuelo del actual jefe del Estado, efectuaba un viaje a Las Hurdes. Pepe Verdú comentaba en un magazine de La Vanguardia (23.06.19)  cómo vivían sus moradores.  Acompañaban al rey en aquel viaje el duque de Miranda, Vicente Piniés, entonces ministro de la Gobernación, los médicos Gregorio Marañon y Ricardo Varela, el periodista José García Mora, que hizo de cronista, el fotógrafo José Demaría Vázquez, conocido como Pepe Campúa  (por entonces fotógrafo de “Mundo Gráfico”) el ingeniero de Montes Santiago Pérez Argemí, gran conocedor del terreno, y el teniente coronel Obregón, ayuda de cámara del rey. Todo comenzó en 1904, cuando en Salamanca se creó la revista Las Hurdes. Ese mismo año visitó Salamanca el rey y la revista le dedicó un número extraordinario. El rey se comprometió a visitar esa deprimida comarca. Antes del viaje programado, entre el 20 y 24 de junio de 1922, hubo una expedición de varios médicos, entre ellos Marañon, para que más tarde pudiesen explicarle al monarca el “espanto” que habían visto. Cuenta Pepe Verdú: “La comitiva real llegó al pueblo a bordo de automóviles. Les esperaba el obispo de Coria con todo el boato. Aquella noche, Alfonso XIII se alojó en la casa de Acacio Terrón, un vecino de la localidad. Su familia ha conservado la estancia intacta, inalterada, salvo la púdica omisión del orinal y la incorporación de una fotografía del soberano con una cariñosa dedicatoria. La mañana siguiente, 21 de junio, la expedición real emprendió la marcha. Querían adentrarse en el corazón del territorio, allá donde no llegaban las carreteras: recorrerían 150 km, se desplazarían a pie o a caballo, y dormirían en tiendas de campaña. Poco antes de llegar a Pinofranqueado, Alfonso XIII se sintió molesto por el calor y se dio un chapuzón en el río Los Ángeles, completamente desnudo. Eufórico por la vivificante experiencia, el Rey pidió al fotógrafo Campúa que captase el momento. El artista entregó una copia de la imagen y el cliché original, pero eso no evitó que la fotografía se difundiese y popularizase años después, en tiempos de la República”. Marañón, como endocrinólogo, se dio pronto cuenta de que en aquellos parajes, además de una tremenda pobreza, existía una profunda endogamia entre los jurdanos, y muchos casos de tifus y paludismo por la mala calidad de sus aguas. Y hay una anécdota curiosa de aquel viaje: “Los expedicionarios cenaron dentro de las tiendas, atendidos por los lugareños. Cuando llegó el momento del café, el ministro Piniés comentó su preferencia por tomarlo con un chorrito de leche. No había vacas, ovejas ni cabras en el núcleo, pero ese hecho no arredró a un solícito vecino, quien regresó con una pequeña cantidad de líquido. Mientras el político saboreaba su cortadito, le informó de que podía tomarlo con total confianza, ya que la leche era de su propia mujer y, por cierto, muy buena”. Para mí que pagó el pato el bebé de aquel vecino, que aquella noche se quedó sin poder tomar la teta. Dejémoslo aquí. No pretendo contar todo aquel viaje a Las Hurdes, sino compararlo con lo que está haciendo 98 años más tarde su bisnieto, Felipe VI. Ha decidido recorrer España, se dice que por “animar al turismo”  en momentos de pandemia, fuente de riqueza nacional. Y hoy el jefe del Estado y su consorte estuvieron por la mañana en Sevilla y por la tarde, en Córdoba. A alguien de su equipo se le ocurrió que debía comenzar su periplo andaluz por la barriada de Las Tres Mil Viviendas, el barrio más deprimido de España, donde la droga, el paro y la delincuencia campan por sus respetos. Y allí fueron el rey y su consorte, acompañados del presidente de la Comunidad Autónoma y de un rabo de personajes y personajillos dispuestos todos ellos a enseñar in situ al monarca el estado del barrio. Ninguno de ellos se manchó los zapatos y las calles recorridas parecían un remanso de paz. No había ni perros callejeros buscando la sombra. El recorrido, digo, duró como quince minutos. ¿Para qué más? En seguida marchó la troupe al centro de Sevilla, donde los vítores estaban asegurados, que  era lo que se pretendía en las horas más bajas de un reinado triste y lleno de incógnitas, con un padre en entredicho por presunto cobro de abultadas comisiones de los árabes y un cuñado en la trena de Brieva por delitos probados. Como en la canción de Emilio José: “Ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio…”.

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