viernes, 18 de junio de 2021

Velador con derecho a Giralda

 

La giralda de noche Agustin Rodriguez Martin - Artelista.com

Señala hoy Antonio Burgos en su “Recuadro” de ABC que “los camareros [del Bar Laredo, en la Plaza de San Francisco] saben que busco siempre un velador con derecho a Giralda, como al taquillero de la plaza de los toros le pido una sombra alta en las novilladas”. En ese mismo artículo también hace referencia a los descarados gorriones, que se acercan a las mesas en un intento, no sé si vano, de llevarse unas migajas al pico. También hace mención a los vencejos, esos aviones acharolados y limpios que sobrevuelan el Puente de Triana con la elegancia de un músico soplando el fagot en un concierto de Hummel. Siempre hay que buscar un asiento frente a una estatua en el parque, junto a un cuadro en un museo, o cerca de un paisaje con rumorosas aguas nerviosas y cristalinas de riachuelo. No importa si desconocemos el nombre del escultor o del autor del cuadro, Tampoco importa demasiado el nombre del regato que irriga un paraje de no sabemos qué paraje. Cierto, hay que buscar siempre un velador con derecho a Giralda, esa torre misteriosa con aires de mujer fatal con faralaes que facilita la hora con toques de campanillas al transeúnte sin que éste se la pida. Decía Gregorio Marañón que “si no fuera por la Cueva de Montesinos, la Mancha no sería un país inmortal, sino una estepa como cualquier otra”. Algo parecido le sucede a Sevilla. Si no fuera por la Giralda y por aquellos foramontanos cántabros que, capitaneados por el almirante Bonifaz, rompieron las cadenas que hoy circundan la Catedral y que unían la Torre del Oro con Triana impidiendo el paso al enemigo, ni Santander llevaría en su escudo con orgullo la extraordinaria torre albarrana, ni Sevilla sería la ciudad que conocemos llena de luz y de vencejos, acharolados y limpios, que trinan gorigoris recónditos. Mereció la pena.

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