sábado, 26 de junio de 2021

Como en "Los puentes de Madison"

21-5-2015. 'Los puentes de Madison'. ¿Cuántos hay? ¿Dónde están? - Un libro  del mundo

 

A mi entender, tiene razón Antonio Burgos, y así lo ha plasmado en ABC, cuando señala que el hecho de beber botellines de cerveza ”a morro”, o “a pico de botella” como dicen los peruanos (y como recoge el lexicógrafo ecuatoriano Córdova), se está convirtiendo, además de hablar con un tono altisonante, en el deporte nacional de las terrazas de verano. A más “chupadas del frasco”, más subidas en el tono de voz. Da igual que sean las dos de la tarde  que las dos de la madrugada.  Recuerdo una vez, siendo niño, que se me ocurrió pretender  beber  “a morro” un sorbo de una botella de refresco al estilo de Clint Eastwood y Meryl Streep en la película “Los puentes de Madison”, (basada en la novela de Robert James Waller que escribió en 11 días). En solo cuatro días aquellos actores chuparon duro; se bebieron hasta el agua de las macetas entre la arrechura insaciable de ambos, la soledad compartida y la dipsomanía manifiesta. Como digo, todo fue hacer un amago de beber “a morro” y recibir un rapapolvo de mi madre, que  gustaba de guardar y hacer guardar los modales en la mesa, que era -según mantenía- donde se conoce a las personas. Desde entonces, siempre  bebo en vaso y si no hay vaso, aguanto la sed en la medida de lo posible. Escribe Burgos que “no hay nada más chocante que un concejal bebiendo agua a morro de un botellín en un pleno municipal. No por nada, sino por respeto a la ciudad y a sus vecinos, lo hayan botado (sic) o no”. Lo de “botado” reconozco que es un gazapo al que no doy importancia. A los políticos se les vota en listas cerradas en la confianza de que hagan su trabajo con dedicación a la ciudadanía, y se les bota del asiento cuando se descubre que son corruptos en el ejercicio de su cargo. En cierta ocasión, ya lo he contado alguna vez, una becaria del diario donde yo colaboraba añadió una “h” a ermita, tal y como yo lo había escrito en el texto original. Tampoco le dí mucha importancia. Aquella “h”  no fue un gazapo sino la espadaña de la ermita, o la manifiesta imbecilidad de alguien que no servía ni para capar gamusinos con alicate.

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