sábado, 13 de noviembre de 2021

Capigorristas y austeros

 



S
obre gustos no hay nada escrito es un viejo refrán que no se corresponde con la realidad. Lo cierto es que sobre cualquier cosa se escribe mucho: por ejemplo sobre el jamón. Están los que  prefieren comerlo en lonchas y los que prefieren los tacos. Algo parecido sucede con los vinos, que si mejor la uva garnacha, que si es preferible macabeo, o tempranillo, o merlot, o monastrell… Basta con hacer caso a un tal Parker para definirnos por determinada botella a la hora de la compra. No hay que dejarse manipular. Lo mejor es, sin duda, aquello que más nos agrada. Algo parecido sucede con los cavas, con la forma de hacer el cochinillo al estilo de Segovia o guisar las migas de pastor. Pero hay que tener cuidado con los gorrones. A esos les cae todo bien al estómago con tal de no pagar la cuenta. Y lo peor de todo es que no hay manera de quitarlos de encima. Los capigorristas ya existían a finales del siglo XVII y servían a los estudiantes adinerados de la Universidad de Salamanca, que contrataban su servicio para asistirles y que les acompañaban a los invites. Los estudiantes con posibles portaban manteo y bonete. Los asistentes (ayudantes sin recursos) llevaban una especie de sotana desgastada y gorra. De ahí el apelativo. Sobre esa tribu, la tribu de los gorrones, se han hecho muchos chistes. Recuerdo uno que contaba Forges, el chiste del indio gorrón: “Uno de los indios llegaba a la cantina y decía: -- ¿Has visto a mi primo Bebes? -- ¿Qué Bebes?, respondía el camarero --Ponme un tequila”. Pero no hay que confundir el término “tacaño” con el término “gorrón”. El término tacaño, o roñoso, como bien explica  Pancracio Celdrán Gomáriz en su libro “Tacaños, generosos y gorrones”, viene referido a ese tipo carpetovetónico ruin, despreciable y de bajísima catadura moral, carente de elegancia espiritual alguna, que siempre está insatisfecho y prefiere que le tomen por austero. Pero ser austero es otra cosa. Al ser austero le gusta llevar los mismos zapatos, el mismo traje, la misma pluma estilográfica…, y hasta la misma rutina de todos los días. Si llega un visitante inesperado a su casa se siente incómodo. Prefiere no invitarle a tomar algo por ver si se marcha pronto y puede seguir leyendo. La austeridad  consiste en optimizar los recursos disponibles y evitar lo superfluo. Es una postura cómoda. Se vive de maravilla utilizando el mínimo esfuerzo.

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