Por lo que se desprende, no solo los de Bilbao nacen donde les da la gana. Ahora resulta que Miguel de Cervantes nació en Córdoba y murió y fue enterrado en Madrid, aunque Ana Botella, siendo la peor alcaldesa que los madrileños recuerden, no lograse dar con los huesos del escritor de forma clara en el convento de las Trinitarias. Estuvo más centrada, eso sí, en vender edificios enteros de protección oficial a ‘fondos buitre’. A mi entender, debió de ser procesada por su falta de empatía con los madrileños perjudicados con aquella triste decisión. Pero no fue así, se marcho de rositas. Lo de buscar los restos de Cervantes fue para ella solo un subterfugio para colocar una placa en la que figurase su nombre. Pero dejemos al margen a esa señora. No merece que le dedique más tiempo. Como decía, los restos óseos de Miguel de Cervantes y los de su mujer están fragmentados junto a los de otros 16 difuntos, o sea, 6 hombres, 5 mujeres y 6 niños, todos reunidos en la misma caja y colocados a 1,35 metros de profundidad en 1730, es decir, casi un siglo después de la muerte del autor del ‘Quijote’, acaecida en 1616. Tampoco se ha podido cotejar su ADN con rigor por los especialistas. Lo que sí parece cierto es que Cervantes quiso ser enterrado en las Trinitarias por tres razones. La primera: era vecino del barrio de las Letras, residía en la calle del León, esquina con Francos; la segunda: las monjas que ocupaban el convento eran protegidas del conde de Lemos, al que Cervantes dedicó el ‘Quijote’; y la tercera: en el convento de las Trinitarias vivia su hija natural, Isabel de Saavedra, que asumió el nombre de sor Antonia de San José, y su madre, que pasó a llamarse sor Mariana de San José. Así lo acreditó la RAE en 1869 cuando siendo presidente de esa Institución Mariano Roca de Togores decidió hacer una investigación al respecto, según constan las pruebas en la memoria de 10 de marzo de 1870 “La sepultura de Miguel de Cervantes”. Además de la “mesa de relojero” que formaba aquel amasijo de huesos aparecieron restos de una estola, un manípulo y una casulla, además de una moneda de 16 maravedíes de finales de siglo XVII. También se sabe que el segundo apellido de Cervantes, el de Saavedra, no se corresponde con el primero de su madre, Leonor de Cortinas, natural de Arganda del Rey, de familia acomodada con tierras cerealistas, casada con un humilde cirujano sangrador de nombre Rodrigo de Cervantes, hijo del hidalgo cordobés Juan de Cervantes, licenciado en Derecho por la Universidad de Salamanca. Rodrigo y Leonor marcharon a Valladolid y no les fueron bien las cosas, trasladándose posteriormente a Alcalá de Henares en busca de mejor fortuna. Más tarde, Rodrigo marchó a Córdoba y Leonor se quedó en Alcalá de Henares. En 1566 volvieron a estar juntos, ahora en Madrid, tras la muerte de Elvira, madre de Leonor, que le dejó fortuna. Ello le permitió a Leonor poder pagar la liberación de dos de sus hijos, Miguel y Rodrigo, cautivos en Argel, donde permanecieron cinco años tras la captura por unos corsarios argelinos en las costas catalanas de la galera ‘Sol’ en la que ambos regresaban a España desde Nápoles. Aquello fue para Miguel de Cervantes algo que se convirtió en un tema recurrente, como se demuestra en tres de sus comedias, “El trato de Argel”, “Los baños de Argel” y “El gallardo español”; en los “Trabajos de Persiles y Sigismunda” (novela póstuma publicada en Madrid en 1617) y en dos de sus Novelas Ejemplares: “La española inglesa” y “El amante liberal”; y en la “Historia del cautivo”, en “El Quijote”.
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