sábado, 11 de mayo de 2024

El lenguaje de las campanas

 


Todavía recuerdo la agonía de Luis Bonilla Carramiñana. Fue larga,  dolorosa y con ronquidos acusados. Por aquellos días estaban trazando el oleoducto Rota-Zaragoza por tierras del Jalón.  En el pueblo había costumbre de que, cuando alguien fallecía, unos hombres de aspecto fornido tomaran el cadáver de pies y manos para que el cuerpo inerte tocase tierra. Nunca supe el motivo de por qué se llevaba a cabo tal acto ceremonioso. El caso es que Luis Bonilla  Carramiñana tocó tierra y en ese momento su cuerpo desprendió un latigazo de corriente estática que acalambró a los que le cogían con mucho respeto de decúbito supino. A los cadáveres se les tenía mucho rendibú. Las mujeres, que suspiraban y rezaban jaculatorias sentadas en sillas de anea, al escuchar el chasquido de la chispa dieron un respingo y se quedaron silentes y confusas. Todos estaban de acuerdo en que ello significaba que había salido su alma camino del viaje eterno. Juanita, sobrina del difunto, apareció en aquella lúgubre alcoba con una bandeja que contenía soletillas y unos vasitos para tomar el anis. En la calle un anciano tuerto soplaba en un pífano unos compases de la marcha “La Retreta”, un toque de queda de los tiempos en que Vitoria fue ciudad amurallada y que se tocaba para llamar a la gente. Las campanas de la parroquia comenzaron a doblar los toques de difunto con un  timbre lento, con trece campanadas sueltas y tres clamores, por tratarse de un hombre; si era mujer se tocaban once campanadas sueltas y dos clamores; y si se trataba de un niño,  repique general. Del mismo modo, según la categoría del funeral, o sea, si era de primera o de segunda se tocaban tres campanas. Si era de tercera el tin-tan era más lento; en el de cuarta el tin-tan era más lánguido; y si el entierro era de quinta se tocaba un tin-tan deprisa para terminar pronto. Luis Bonilla era terrateniente y el cura le dedicó un toque de primera, o sea, con tres clamores y otro de propina. Al día siguiente, tras el entierro, el cura recibió en su casa parroquial en agradecimiento por el aseado tañido del día anterior dos pollos de corral y una banasta con manzanas Fuji muy dulces. Era lo menos que se podía conferir al clérigo que había  logrado que el largo viaje a la Eternidad de Luis Bonilla Carramiñana, terrateniente, asentador de frutas, exalférez provisional  y cursillista de Cristiandad, navegase en cohete interestelar de propulsión a chorro y en butaca de primera clase junto a la ventanilla.

 

No hay comentarios: