Recuerdo que hubo un tiempo en el que la peseta, la “rubia”, tenía más valor como pieza de metal que como moneda de curso. Pues bien, ahora resulta que sale más barato no pasar la revisión de ITV que hacerlo. Las estadísticas de la D.G.T señalan que cuatro de cada diez coches no la pasan por el envejecimiento del vehículo y las pegas que ponen en las revisiones para poder circular con la nueva pegatina en el parabrisas que demuestra haber cumplido con ese requisito obligatorio. El trámite cuesta al dueño del vehículo sobre 50 euros y tener que pasar por un taller para las llevar a cabo reparaciones necesarias, tener que cambiar neumáticos, etcétera, supone un gasto que muchos ciudadanos no pueden permitirse. En consecuencia, deciden no pasar la revisión y exponerse a la multa que conlleva de ser parados por la Guardia Civil en carretera. Entienden los conductores que ello constituye “un mal menor”, ya que tener la inspección técnica caducada supone una multa de 200 euros. Hagan como yo, no tengan coche. Se ahorrarán muchos disgustos. Solo me desplazo a grandes ciudades; y cuando necesito hacerlo, hago uso del tren o del autobús. Por las aldeas nunca asomo desde que leí un cartelón en un páramo manchego que decía: “Vaya a Rosillo del Abrojo, visite su muralla medieval y suba al minarete. Saldrá vivo”. Su alcalde, Honorato Pedrerol, invitaba de buena fe a los turistas que circulaban por una infame carretera comarcal y les animaba a que hicieran un alto en el camino, se fotografiaran en los restos de una muralla medieval (que no era una muralla medieval sino los restos que quedaban en pie de una vieja paridera), algún molino de viento y, de paso, pudiesen llenar la andorga en la vieja posada (donde algunos daban por hecho que pernoctó una noche don Quijote), a base de morteruelo o de callos con garbanzos y recio vinazo de Valdepeñas. Pero la pancarta que mandó colocar Honorato en aquel secarral solo sirvió para que sobre ella se posaran los grajos. No estuvo muy acertada.
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